El hombre del mar
El hombre de los ojos
Atormentados,
Que ha mirado mil auroras
del mar
Desde las grandes proas,
Tiene el secreto
De las neblinas, las
compactas y húmedas neblinas;
tiene el secreto de las
claridades,
De las muy anchas, de las
ilimitadas claridades
que estallan como granizadas
Sobre los barcos clavados y
desclavados
En los planos soleados de
los días.
¡Los barcos que alzan sus
ojos en la noche
Cual surcos conmovidos,
ardientes y sedientos
De las semillas
De los cielos lejanos!
El hombre de los ojos
atormentados,
Sabe todos estos secretos;
Y al estrechar mi mano con
la cordialidad
De las almas supremas,
Me ha entregado el don de
los horizontes;
Me ha iniciado en las
expansiones;
Me ha libertado de los
cuatro puntos cardinales,
Y del bien y del mal;
De mi ciencia de biblioteca,
De mis pequeños sueños de
orangután civilizado.
¡Él, el hombre salvaje,
Me derramó su olor marino
Sobre mi olfato torpe que
vive en las alcobas!
¡Él, el hombre salvaje me ha
traído la música
De las islas
bienaventuradas,
En su silencio abismal
Y en sus palabras
pintorescas,
Alegres, puras,
De una elevada, de una
cósmica simpatía!
Él, el hombre salvaje,
que ha reído con las olas
del mar;
que ha llorado con las olas
del mar;
que ha sufrido el asombro y
el espanto
Frente a las tempestades
que hacen y deshacen los
mundos
Y destrozan ciudades y
amplían las hogueras
Con sus gritos tan rojos;
Él, el hombre salvaje
Me ha dejado oír los órganos
profundos
De su alma golpeada por las
visiones de la inmensidad;
Y éste mi corazón se ha
agitado en el sueño
Del universo;
Porque el alma y el corazón
del hombre salvaje
Trae el múltiple canto del
mar y de los astros
Y los abismos altos y los
abismos bajos;
Las expansiones y las
desolaciones
Prendidas a la rueda del universo.
Él, el hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras
del mar,
Me ha desclavado de las
calles grises
De mis hábitos viles de
hombre civilizado
que nada tienen que hacer en
mi destino
En mis pies, en mis manos
Ni en mis ojos hambrientos
De una proa, de un astro y
de una aurora.
¡Ahora yo también soy un
hombre salvaje!
Jacobo Fijman: Molino rojo (1926)
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