Marat.-
(Se dirige a Sade por encima de la plataforma, ahora desierta)
Yo leí una vez en Sade
(en uno de sus escritos inmortales)
que el principio de toda vida está en la muerte.
Sade.-
Y esa muerte sólo existe en la imaginación;
somos nosotros los que tenemos esa idea.
La Naturaleza no la conoce.
Hasta la más cruel de todas las muertes o catástrofes
se borra en la indiferencia absoluta de
la Naturaleza.
Sólo nosotros damos a esta vida cierta
importancia.
La Naturaleza podría asistir sin inmutarse
al exterminio de la raza humana.
Yo odio la Naturaleza.
Quiero vencerla.
Quiero combatirla con sus propias armas
y hacerla caer en esas mismas trampas
que nos tiende.
[...]
Marat.-
Ciudadano Marqués:
tú te has sentado, es cierto, en nuestros
tribunales
y participaste en el asalto a las
prisiones en septiembre,
pero en ti es siempre el viejo aristócrata el que habla
y lo que tú llamas la indiferencia de la Naturaleza
es tu pasividad.
Sade.-
La piedad, Marat,
es patrimonio de los privilegiados.
Cuando la piedad se inclina para dar la
limosna,
sólo siente desprecio;
y finge conmoverse para exaltar de ese
modo su riqueza;
y la limosna, para el mendigo,
no es más que una patada en el trasero.
(Un acorde de laúd)
Así pues, Marat, nada de tener sentimientos
mezquinos;
yo sé que tu objetivo es otro;
para ti y para mí
sólo existen los límites de lo extremo o más allá
de todo límite.
Marat.-
Caso de ser extremos, como dices, los míos
serían muy distintos de los tuyos.
Al silencio de la Naturaleza,
opongo yo mi acción.
En la indiferencia universal
hago surgir un sentido. En vez de ser
un apático testigo, yo intervengo
y digo que hay cosas que son falsas
y trabajo por corregirlas, por cambiarlas
hoy mismo.
Lo que se necesita
es alzarse de tierra por los pelos;
es volverse al revés como los guantes
y mirar, y mirar con ojos nuevos todo.
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