En principio y en su determinación clásica, la mentira no es el error. Se
puede estar en el error, engañarse sin tratar de engañar, y por consiguiente,
sin mentir.
Mentir es querer engañar al otro.
La mentira no es un hecho o un estado: es un acto intencional, un mentir.
No hay mentiras, hay ese decir o ese querer decir al que se llama mentir
Tales actos intencionales están destinados al otro, a un otro o a
otros, para engañarlos, para hacerles creer en lo que se ha dicho,
cuando por lo demás, se supone que el mentiroso, ya sea por un compromiso
explícito, un juramento o una promesa implícita, dirá toda la verdad y
solamente la verdad.
Lo que aquí cuenta, en primero y en último lugar, es la intención: no hay
mentira, por más que se diga, sin la intención, el deseo o la voluntad
explícita de engañar.
Por definición, el mentiroso sabe la verdad, si no toda
la verdad, por lo menos la verdad de lo que piensa, sabe lo que quiere decir,
sabe la diferencia entre lo que piensa y lo que dice: sabe que miente.
_____________________ Jacques Derrida
La política es un lugar privilegiado para la mentira:
Las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas necesarias y
legítimas, no sólo del oficio del político o del demagogo, sino también del
oficio del hombre de Estado.
La posibilidad de la mentira completa y definitiva, desconocida en épocas
anteriores, es el peligro que nace de la manipulación moderna de los hechos.
La diferencia entre la mentira tradicional y la moderna a menudo equivale a
la diferencia entre esconder y destruir.
Sabemos desde hace mucho
tiempo que es difícil mentir a los demás sin mentirse a sí mismo y cuanto más
éxito tiene un mentiroso, más probable resulta que sea víctima de sus propias
invenciones.
_____________________ Hannah Arendt
El hombre que no cree en lo que dice es menos que una cosa
_____________________ Immanuel Kant
Véase: Jacques Derrida: Historia de la mentira: Prolegómenos (Conferencia
dictada en Buenos Aires en 1995)
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