El dato es rotundo: más de la mitad de los jóvenes españoles, casi un
millón, no tienen trabajo. En Europa Occidental son alrededor de ocho millones
los jóvenes sin empleo.
El estupor y la indignación que suscitan estas cifras alientan todo tipo
de preguntas: ¿qué va a ocurrir con estos jóvenes? ¿qué pueden esperar, cuál es
su futuro?... Y ellos, ¿qué van a hacer? ¿se quedarán parados, alimentando el
pesimismo, abandonándose a la fatalidad o se movilizarán? ¿prenderá en ellos
alguna forma de rebeldía?... ¿Qué hacen las altas instancias de la Unión
Europea y los distintos gobiernos ante esta situación?...
Convertida en el oráculo y en el brazo ejecutor del poder realmente
existente, Angela Merkel ha aceptado por fin que el desempleo juvenil es el
problema número uno de Europa. Y a renglón seguido, la canciller alemana ha
advertido del peligro de una generación
perdida. Todos, en Bruselas y en los distintos países de la Unión Europea,
han confirmado como en un eco la gravedad del problema. Humo: hasta ahora nadie
ha adoptado medidas y políticas de empleo que den una respuesta eficiente a
este problema.
Lo cierto es que los jóvenes de esta
generación perdida, que eran niños cuando en la década de los 90 se
celebraba la creciente prosperidad, están pagando injustamente la profunda
crisis económica que una década después rompió en mil pedazos aquel espejismo
de prosperidad, quebrando a su vez aquel infundado optimismo.
Conviene recordar que la crisis que estamos viviendo no es sólo
económica. Estamos viviendo también una crisis política y una crisis institucional.
Por un lado, la falta de convicción y de voluntad política de los dirigentes
europeos, cuya credibilidad alcanza mínimos históricos; por otro, la ineficacia y el descrédito de unas instituciones, cada vez más
alejadas de la ciudadanía, que han dilapidado el patrimonio democrático que las
legitimaba.
Vivimos una crisis que afecta a la sociedad en su conjunto y, por tanto,
al diálogo y a la solidaridad intergeneracional. Una crisis que anuncia una
ruptura con respecto al pasado, aunque no sabemos el sentido y la naturaleza de
esa ruptura. Tampoco sabemos cómo van a reaccionar las nuevas generaciones a
los retos ineludibles que plantea esta crisis.
Preguntas, dudas, incertidumbre... Tal vez sea que vivimos en unos de
esos momentos históricos en los que, como decía Gramsci, lo nuevo no termina de
nacer, lo viejo no termina de morir.
Será eso. En cualquier caso, lo que sí tenemos claro es que no podemos ni
debemos ni vamos a permitir la pérdida de esa generación.
Carlota
y rarodeluna
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