(Las cuatro estaciones / 7)
Darío.- Me pasa como a Cernuda: llevo años buscándoles, intentando comprender cómo son ustedes y no consigo saber qué carajo les pasa, por qué son incapaces de afrontar un problema sin acudir a esa fórmula estúpida de ¡esto es muy complejo! Para mí ese es un recurso decepcionante: cuando alguien dice de algo que es muy complejo está tirando la toalla, está claudicando, se muestra incapaz (o tiene miedo) de afrontar el problema. ¿Complejo? ¡No fastidies! ¿Qué problema que en realidad nos interese, que merezca la pena es sencillo?
Julián.- No sé, Darío, tal vez lo que quiere decir es que no sabe cómo afrontarlo…
Darío.- Venga, Julián. Tú sabes perfectamente que no es eso. A cierta izquierda le encanta esa palabra: complejo. Es como una especie de bálsamo que alivia no sé cuántas heridas y que sirve de excusa de no sé cuántos fracasos.
Teresa.- ¿A qué fracasos te refieres?
Darío.- Lo sabes muy bien, Teresa: cuando uno dice que quiere ser sincero y luego se enreda en un laberinto de dudas y preguntas sin ensayar respuestas ni atreverse a plantear razones ni ofrecer argumentos, es que está encallado…
Antonio.- Vale, petits philosophes, pero de qué puñetas estáis hablando.
Julián.- De Libia.
P. Pellegrin |
Carlota.- Bueno, de Libia y de Luis García Montero.
Antonio.- ¡Excelente poeta! ¿Y qué hace García Montero en Libia?
Carlota.- Vamos, Antonio; sabes perfectamente de qué va la cosa: comentan la columna de Luis García Montero en Público. Seguro que la has leído…
Antonio.- ¿”Mi No a la guerra”?
Carlota.- ¡Esa!
Antonio.- Bueno, no es precisamente uno de sus mejores artículos…
Carlota.- Eso es lo que Darío estaba diciendo…
Teresa.- Me parece que Darío iba más allá…
Darío.- ¡Desde luego! ¿A qué vine eso de que asumir una contradicción es más honrado que ofrecer una opinión compacta? ¿Qué es una opinión compacta? Lo ves, Julián; esto es lo que me saca de quicio: aquí no hay quien se atreva con la realidad sin endilgarle la consiguiente moralina: honrado, coherente, sincero…
Julián.- Es que se trata de una cuestión moral…
Darío.- ¡Venga ya! ¿Es que no has leído a los clásicos, a Weber, a Marx…? ¡Hablamos de política, Julián! Más aún, hablamos de una guerra que puede estallar en nuestras manos mientras conjugamos paradojas, resolvemos contratiempos y ensayamos alguna metáfora brillante. Y mientras tanto muchísima gente lo está pasando mal, muy mal. La cuestión es así de sencilla: si de ti dependiera, ¿qué harías? Vamos, Julián, responde.
Julián.- La verdad es que no lo sé…
Darío.- Claro, como estás lleno de sentimientos cuarteados…
Julián.- No te pongas estupendo, Darío…
Darío.- De ninguna manera, Julián. ¿No será que no te atreves? ¿No será que es eso lo que les pasa a ustedes, que no saben, no pueden o no quieren afrontar la contradicción en la que viven confortablemente instalados desde hace tanto tiempo? ¿Revolucionario o pacifista? ¿Transgresor o respetuoso? ¡Hay que ver cómo les jodió aquel chanchullo memorable de la transición, que ustedes mismos calificaron modélica…! ¡Treinta años y aún siguen con el recuento! Y como no les salen las cuentas…
Julián.- Te estás desviando del tema: hablamos de Libia y de la guerra…
Carlota.- … y de Luis García Montero. Yo no voy a entrar en las provocaciones de Darío, pero me ha llamado mucho la atención que García Montero utilice argumentos tan frágiles como estos: “¿Por qué intervenir allí, cuando hay en el mundo tantas situaciones de represión admitida y tantos tiranos que masacran a su población?¿Por qué cumplir con celo una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, si hemos cerrado los ojos a los incumplimientos, por ejemplo, de Israel o Marruecos?”. No sé qué quiere decir.
Teresa.- Es verdad que se arma un lío. Fíjate lo que dice aquí: “la verdad resulta contradictoria: ni es justo permitir las tropelías de un dictador, ni estamos legitimados para protagonizar operaciones bélicas en nombre de la democracia”. Desde luego esta vez no está muy afortunado.
Darío.- Está claro, Teresa: no sabe a qué atenerse. Así llevan ustedes no sé cuánto tiempo hilvanando perplejidad y desencanto, memoria y desconsuelo, coherencia e ingravidez, retórica y sentimientos más o menos encontrados… Y al final, claro, mancharse es decir No a la guerra… Demasiado fácil, ¿no creen?
Claudio.- En efecto, Darío; es muy fácil oponerse intelectual o emotivamente a la guerra mientras saboreamos este perfecto Martini seco, ¿verdad, Antonio?
Antonio.- Verdad. Cuando yo estudiaba Teología en Comillas, me enredé en aquello de la guerra justa que tanto acuciaba a los pensadores católicos. No sé si era por mala conciencia o por un auténtico interés moral. Pero todavía recuerdo las tres condiciones que según Tomás de Aquino requería una guerra justa…
Carlota.- ¿Tú estudiaste también Teología…?
Antonio.- Sí, pero esa es otra historia… Por cierto, ¿habéis leído Un invierno propio, el último poemario de Luis García Montero? Leedlo. Ya hablaremos. Y ahora, redentores y pacifistas, ¿quién quiere más Martini?
Mientras Antonio rellenaba las copas, se siguió hablando de Libia, escarbando en el pasado, en el execrable currículum de Gadafi, en la incombustible hipocresía de eso que llamamos caprichosamente Occidente… Marta preguntó por rarodeluna: hace tiempo que no sé nada de él. Está empeñado –le respondió Carlota– en sacar adelante aquel manifiesto, ¿recordáis?, el de los malos humos…
Aquí os dejo algunas referencias a propósito de la situación en Libia: un largo comentario sobre la posible ilegalidad de la intervención aliada en aquel país, las declaraciones de Chomsky y tres citas de la colección de Claudio.
Y os dejo también este sencillo homenaje a Liz Taylor: que la belleza os acompañe siempre.
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