lunes, 18 de abril de 2011

Darío


Es el impostor que todos (los que tenemos imaginación, aclara enseguida Antonio) llevamos dentro, pero que sólo personas como él se atreven a exteriorizar. Lo habitual, lo que hacemos la gran mayoría, es reprimir ese deseo en nombre de las más torpes excusas y de las razones más banales. A Darío le encanta ser otros. No conozco a nadie que niegue de un modo tan categórico como él eso que llamamos personalidad, “ese invento absurdo –le oí decir en cierta ocasión– que nos obliga a parecernos siempre y en todo momento a un extraño”. Eso sí –apostilla Antonio: Darío no miente nunca ni engaña a nadie ni saca beneficio alguno de lo que Claudio con su inconfundible sorna llama sus extravagantes invenciones. rarodeluna lo llama Zélig. Ya saben: aquel personaje camaleónico de Woody Allen. Claro que, como reconoce el propio rarodeluna, Darío no mimetiza la personalidad de los que le rodean; él sencillamente se las inventa o escoge en cada momento la que mejor se adapta a sus propósitos. 
Paul Klee: Autopista
Según me contó al poco de mi llegada a Laramie el propio Darío una melancólica tarde de otoño en la que nos pusimos estupendos en compañía de Jack Daniel’s, la cuestión de la identidad personal dejó de ser para él un problema cuando Hume le hizo comprender que el yo no es sino una colección de impresiones continuamente cambiantes y que es nuestra memoria la que se encarga interesadamente de establecer (yo decía construir y él inventar) las conexiones entre las impresiones e ideas del pasado con las que se tienen en el presente. Se trata –enfatizó Darío– de una argucia, un mecanismo meramente psicológico que no prueba la existencia de una identidad personal. Nietzsche, añadió Darío, lo expresó una vez más con su rotunda sencillez: no es una, sino muchas las almas que habitan en nosotros. Rimbaud fue categórico: je est un autre. En Pessoa –concluyó– encontré todo un programa de vida: “Sé plural como el universo”.
Por lo que él mismo me ha contado y por lo que refieren los demás, también su trayectoria profesional ha sido extraordinariamente plural: he trabajado en todo tipo de oficios: guitarrista de acompañamiento, profesor de flauta dulce y de francés propiamente dicho, camarero en bares de alterne, traductor, guía turístico, diseñador gráfico, asesor financiero, agente artístico… y por supuesto monitor de diversas artes y variadísimas prácticas deportivas. ¿Sabes qué es el wushu? ¿Y la cedacería?, me pregunta avivando mi estupor y soltando una gran carcajada. Yo siempre me adapto a la demanda; y si no hay demanda, la invento... 

Fernando Pessoa

Su pasión es el teatro. Se dice que se sabe de memoria obras enteras, entre ellas Seis personajes en busca de autor, su preferida. Y después el cine. Le gusta releer películas; la última relectura la ha dedicado a Mumford, tal vez el film menos conocido (o menos valorado) de Lawrence Kasdan, uno de los cineastas que más le interesan. Pessoa es el poeta al que continuamente regresa; cuando viaja siempre lleva consigo El poeta es un fingidor, la espléndida antología que Ángel Crespo editó en Austral.

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