Todos ustedes conocen aquella historia de Borges que, según el propio Foucault, inspiró Las palabras y las cosas. Ya saben: la de la enciclopedia china, Emporio celestial de conocimientos benévolos, donde se recogía una asombrosa taxonomía del mundo animal: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”...
Redy: Líneas para leerlas |
Naturalmente, Claudio también la conoce (yo diría que de memoria). De hecho, “El idioma analítico de John Wilkins” le sugirió el esquema de su aún inconcluso “Ensayo para la elaboración de un catálogo de libros necesarios”. “Pero lo que en Borges es pura y riquísima alegoría, en mi caso es mera voluntad taxonómica”, apostilla Claudio, mostrándome como prueba el índice de uno de los capítulos de su ensayo:
& Libros de los que se habla mal sin haberlos leído. La decadencia de Occidente, de O. Spengler.
& Libros de los que se habla bien sin haberlos leído. Divina Comedia, de Dante.
& Libros de los que se habla sin necesidad de leerlos. Naturalmente, el Quijote.
& Libros de los que se habla bien a pesar de haberlos leído. Soldados de Salamina, de Javier Cercas.
& Libros de los que se habla por prescripción académica. Soledades, de Luis de Góngora.
& Libros de los que se habla por prescripción estética. Paradiso, de Lezama Lima.
& Libros de los que ni siquiera se habla. [Véase memorial de poetas agraviados…]
& Libros de los que no hace falta hablar. [Ibídem]
& Libros de los que no se puede hablar. [Véase censura, Índice de libros prohibidos…]
Claudio no me dio tiempo a reaccionar. Me tengo que marchar –dijo–; ya hablaremos en otro momento. Te dejo esta copia y una cita de mi colección.
(Editado el 11/01/2011)
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