1.
Tras los ‘años dorados’, en el
decenio de 1980 y los primeros años del de 1990, el mundo capitalista comenzó
de nuevo a desmoronarse. No sólo se manifestó entonces una crisis económica y
política, sino también una crisis moral y social, la crisis de las creencias y
principios en los que se había basado la sociedad desde el siglo XVIII, una
crisis de los principios racionalistas y humanistas que compartían el
capitalismo y el comunismo.
Desde entonces vivimos en un
mundo cualitativamente distinto en tres aspectos: a) no es eurocéntrico; b) es una única unidad operativa en la que las
antiguas unidades económicas, nacionales, han quedado reducidas por la
presencia de las transnacionales; c) se ha producido la desintegración de las
antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres
humanos y, con ella, se ha producido la ruptura de los vínculos entre las
generaciones, es decir, entre pasado y presente. Esto es sobre todo evidente en
los países más desarrollados del capitalismo occidental, en los que han
alcanzado una posición preponderante los valores de un individualismo asocial
absoluto, tanto en la ideología oficial como privada.
La historia de
los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su
rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis.
Esta crisis no
fue perceptible con claridad hasta la década de los ochenta. Hasta que una
parte del mundo –la Unión Soviética y la Europa del ‘socialismo real’- se
colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis, ni se
admitió su existencia en las regiones desarrolladas no comunistas. ¿Cómo era
posible que el mundo económico fuera menos estable, si los elementos
estabilizadores de la economía eran ahora más fuertes que antes?
Las décadas de
crisis que siguieron a 1973 no fueron una ‘Gran Depresión’, a la manera de la
de 1930. La economía global no quebró. En el mundo capitalista avanzado
continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de
oro. El comercio internacional de productos manufacturados, motor del
crecimiento mundial, continuó e incluso se aceleró. A finales del siglo XX los
países del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más ricos y
productivos que a principios de los setenta.
Sin embargo,
en la mayor parte del resto del mundo la situación era muy distinta: se produjo
un importantísimo estancamiento. La mayor parte de la gente perdió poder
adquisitivo y la producción cayó.
Por otra
parte, la miseria y la pobreza hizo su aparición en los países ricos y
desarrollados: la desigualdad creció inexorablemente en los países de las
economías desorrolladas. Aumentaron los extremos de pobreza y riqueza, al igual
que aumentó la distancia entre países ricos y países pobres.
Paralelamente,
el modelo socialdemócrata entra en crisis en el momento en que el paro se hace
estructural y se dispara el déficit público.
Vicent Yu |
3.
La revolución cultural de fines
del siglo XX debe entenderse como el triunfo del individuo sobre la sociedad o,
mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los
individuos en el tejido social.
El viejo vocabulario moral de
derechos y deberes, obligaciones mutuas, pecado y virtud, sacrificio,
conciencia, recompensas y sanciones, ya no podía traducirse al nuevo lenguaje
de la gratificación deseada. Al no ser aceptadas estas prácticas e
instituciones como parte del modo de ordenación social que unía a los
individuos con otros y garantizaba la cooperación y la reproducción de la
sociedad, la mayor parte de su capacidad de estructuración de la vida social
humana se desvaneció, y quedaron reducidos a simples expresiones de las
preferencias individuales, y a la exigencia de que la ley reconociese la
supremacía de estas preferencias. La incertidumbre y la imprevisibilidad se
hicieron presentes.
Este individualismo encontró su
plasmación ideológica en una serie de teorías, del liberalismo económico
extremo al ‘posmodernismo’ y similares, que se esforzaban por dejar de lado los
problemas de juicio y de valores o, mejor dicho, por reducirlos al denominador
común de la libertad ilimitada del individuo.
4.
El siglo finalizó con un desorden
global de naturaleza poco clara y sin ningún mecanismo para poner fin al
desorden o mantenerlo controlado.
La razón de esta impotencia no
reside sólo en la profundidad de la crisis mundial y en su complejidad, sino
también en el aparente fracaso de todos los programas, nuevos o viejos, para
manejar o mejorar los asuntos de la especie humana:
a) Derrumbamiento
de la URSS y fracaso del comunismo soviético, esto es, del intento de basar la
economía entera en la propiedad estatal de todos los medios de producción, con
una planificación centralizada que lo abarcaba todo y sin recurrir en absoluto
a los mecanismos del mercado o de los precios.
b) Quiebra de
la utopía ultraliberal, basada en una econocmía que asignaba totalmente los
recursos a través de un mercado sin restricciones en una situación de
competencia ilimitada. En realidad nunca había existido una economía de
laissez-faire total. El intento de M. Thatcher acabó en un rotundo fracaso.
c) Crisis de
los modelos y políticas mixtos o intermedios, como la socialdemocracia, que
combinaban pragmáticamente lo público y lo privado, el mercado y la planificación,
el Estado y la empresa. La fuerza de estos programas se debía más a su éxito
práctico que a su coherencia intelectual. Sus problemas los causó el debilitamiento
de este éxito práctico: desempleo, inflación...
Ina Fassbender |
5.
Los dos
problemas centrales y a largo plazo decisivos que marcan este final de milenio
son de tipo demográfico y ecológico. La distribución social y no el crecimiento
es lo que dominará las políticas del nuevo milenio. Para detener la inminente
crisis ecológica es imprescindible que el mercado no se ocupe de asignar los
recursos o, al menos, que se limiten tajantemente las asignaciones del mercado.
De una manera u otra, el destino de la humanidad en el nuevo milenio dependerá
de la restauración de las autoridades públicas.
E. Hobsbawm: Historia del Siglo XX, 1995, passim.
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