"La humanidad se encuentra -y sobre esto el acuerdo es
unánime- en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de
ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da
cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable.
El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable -y me atrevería a decir estúpido- como fue organizada la vida
desde sus comienzos".
Así comienza la segunda
parte de Allegro ma non troppo (1988), en la que Carlo M. Cipolla
expone su teoría de la
estupidez humana.
Aplicando el
análisis de costes y beneficios, Cipolla clasifica a los seres humanos en
cuatro tipos de personas: Inteligentes (benefician a los demás y a sí
mismos), Desgraciados (benefician a los demás y se perjudican a sí
mismos), Bandidos (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos) y
Estúpidos (perjudican a los demás y a sí mismos). Estos últimos constituyen
el grupo más numeroso; un grupo sin reglamentaciones, líderes o manifiestos, pero
más poderoso y más dañino -dice el historiador italiano- que grandes
organizaciones como la Mafia o el Complejo Industrial Militar.
“La
estupidez -sostiene melancólicamente Paul Tabori en su Historia de la
estupidez humana- es el arma más destructiva del
hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso”.
Hay
quien nace estúpido, pero en la gran mayoría de los casos la estupidez es el
resultado de un duro y perseverante esfuerzo personal. Y a ello contribuyen,
entre otros factores, el prejuicio, la superstición, el dogmatismo y el
fanatismo, como demuestra José Antonio Marina en La
inteligencia fracasada.
En el
libro que justifica estas líneas, Lucien Jerphagnon advierte que cualquier ser
humano es un estúpido en potencia y subraya la ubicuidad
espacial y temporal de este inquietante fenómeno. La estupidez se manifiesta
por doquier y en todo momento, en todas las épocas y culturas: los judíos de la época bíblica, los griegos de la
época homérica, los romanos de la República o de lo que llamamos el Imperio
romano, los poetas italianos de la Edad Media, los eruditos franceses del
Renacimiento, los novelistas contemporáneos a Napoleón III, los periodistas de
nuestras repúblicas... Todos ellos denunciaron la estupidez, se lamentaron de
sus consecuencias y buscaron sus causas, escribe Jerphagnon, que ofrece una amplísima
antología de citas a propósito de esta condición de la naturaleza humana.
La
prosperidad de una sociedad -concluía Cipolla en su ensayo- depende exclusivamente de la capacidad de los individuos
inteligentes para mantener a raya a los estúpidos. En la sociedades en
decadencia se advierte por el contrario, sobre todo entre los individuos que
están en el poder, una alarmante proliferación de bandidos con un elevado
porcentaje de estupidez. Y entre los que no están en el poder, un igualmente
alarmante crecimiento del número de los desgraciados incautos. ¿Les suena?
Pero no se pavoneen demasiado. Recuerden que, según
Cipolla, la probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente
de cualquier otra característica propia de dicha persona. O si prefieren,
apunten esta cita de Rabelais: Si no
quieres ver a un idiota, rompe el espejo. Pues eso.
Claudio
No hay comentarios:
Publicar un comentario