En los
años de la globalización se fueron descalificando todas las expectativas de
futuro (utópico o no) que todavía seguían circulando; la única promesa fue una
profundización del cambio tecnológico. Pretextando el fin de la utopía y de las
ideologías se renunció a buscar soluciones que extendieran a todos los
beneficios del progreso. Se clausuró deliberadamente el camino del progreso
social, para excluir a sectores enteros en una suerte de ajuste demográfico. El
futuro era para pocos.
August Macke: El equilibrista |
El cambio tecnológico es el nuevo motor de la
competitividad. No hay nada más viejo que el software del año pasado ni nada
más obsoleto que un desocupado. El futuro promete más de lo mismo, con
creciente aceleración, concentración e intensificación del poder. La visión de
la historia que está implícita es cíclica: está marcada por los ciclos
económicos y las fluctuaciones del mercado, pero no va muy lejos en sus
proyecciones.
El
discurso único desacredita la utopía, precisamente para que nadie interfiera en
la construcción de su propia utopía global. Fragmenta la historia,
desacreditando los grandes relatos para reemplazarlos por “historias”
construidas a la medida de las etnias y de los factores de poder. Alienta el
pensamiento débil, el minimalismo y la armonía interior.
Se
acostumbra hacer la historia de todas las cosas con intención arqueológica y
nostálgica, coincidiendo con la proclamación del fin del progreso, de las artes
y hasta de las ciencias.
La
posmodernidad carga pues con una contradicción entre su manera de comprender a
la naturaleza y su falta de visión de la historia.
El
modelo cosmológico dominante es evolutivo; tiene una definida flecha temporal,
que parece apuntar por lo menos a la complejidad. Hay quien se atreve a pensar
en los próximos diez mil años (Adrian Berry) o en el fin del universo (Frank
Tipler).
René Magritte: El maestro de escuela |
Mientras
tanto, el modelo histórico parece ser decididamente estacionario. Excluye
cualquier progreso que no sea la concentración del poder, la virtualización de
las relaciones humanas y alguna solución final para los excluidos.
En
un Cosmos progresivo, que evoluciona, la sociedad no tiene futuro. En lugar de
superar el fracaso utópico y la ingenuidad del progreso lineal, se renuncia a
pensar que la sociedad pueda llegar a ser más justa. Aquí hay algo que no
cierra.
Los
sociólogos suelen apelar al llamado Teorema de Thomas, según el cual las
situaciones que se definen como reales (aunque sean imaginarias) acaban por
producir consecuencias reales. Si acabamos de convencernos de que es imposible
ya no alcanzar la utopía sino apenas construir una sociedad mejor, acabaremos
por tener el mundo que nos merezcamos.
Pablo
Capanna
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