sábado, 10 de noviembre de 2012

El presente estacionario



En los años de la globalización se fueron descalificando todas las expectativas de futuro (utópico o no) que todavía seguían circulando; la única promesa fue una profundización del cambio tecnológico. Pretextando el fin de la utopía y de las ideologías se renunció a buscar soluciones que extendieran a todos los beneficios del progreso. Se clausuró deliberadamente el camino del progreso social, para excluir a sectores enteros en una suerte de ajuste demográfico. El futuro era para pocos. 
August Macke: El equilibrista
El cambio tecnológico es el nuevo motor de la competitividad. No hay nada más viejo que el software del año pasado ni nada más obsoleto que un desocupado. El futuro promete más de lo mismo, con creciente aceleración, concentración e intensificación del poder. La visión de la historia que está implícita es cíclica: está marcada por los ciclos económicos y las fluctuaciones del mercado, pero no va muy lejos en sus proyecciones.
El discurso único desacredita la utopía, precisamente para que nadie interfiera en la construcción de su propia utopía global. Fragmenta la historia, desacreditando los grandes relatos para reemplazarlos por “historias” construidas a la medida de las etnias y de los factores de poder. Alienta el pensamiento débil, el minimalismo y la armonía interior.
Se acostumbra hacer la historia de todas las cosas con intención arqueológica y nostálgica, coincidiendo con la proclamación del fin del progreso, de las artes y hasta de las ciencias.
La posmodernidad carga pues con una contradicción entre su manera de comprender a la naturaleza y su falta de visión de la historia.
El modelo cosmológico dominante es evolutivo; tiene una definida flecha temporal, que parece apuntar por lo menos a la complejidad. Hay quien se atreve a pensar en los próximos diez mil años (Adrian Berry) o en el fin del universo (Frank Tipler).
René Magritte: El maestro de escuela
Mientras tanto, el modelo histórico parece ser decididamente estacionario. Excluye cualquier progreso que no sea la concentración del poder, la virtualización de las relaciones humanas y alguna solución final para los excluidos.
En un Cosmos progresivo, que evoluciona, la sociedad no tiene futuro. En lugar de superar el fracaso utópico y la ingenuidad del progreso lineal, se renuncia a pensar que la sociedad pueda llegar a ser más justa. Aquí hay algo que no cierra.
Los sociólogos suelen apelar al llamado Teorema de Thomas, según el cual las situaciones que se definen como reales (aunque sean imaginarias) acaban por producir consecuencias reales. Si acabamos de convencernos de que es imposible ya no alcanzar la utopía sino apenas construir una sociedad mejor, acabaremos por tener el mundo que nos merezcamos.
                                                                  Pablo Capanna

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