Cuando
el tiempo ya es ido, uno retorna
como a
la casa de la infancia, a algunos
días,
rostros, sucesos que supieron
recorrer
el camino de nuestro corazón.
Vuelven
de nuevo los cansados pasos
cada
vez más sencillos y más lentos,
al mismo
día, el mismo amigo, el mismo
viejo
sol. Y queremos contar la maravilla
ciega
para los otros, a nuestros ojos clara,
en
donde la memoria ha detenido
como un
pintor, un gesto de la mano,
una
sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues
poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los
ojos no comprenden, la mano ya no toca
el
alimento innombrable, lo real.
Fina García
Marruz: Visitaciones (1970)
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