Los muertos
Mañana
Había
entre la escarcha un adolescente muerto
a quien
los vivos habían desnudado y convertido
en
estatua.
Estaba
totalmente blanco, menos una roja mancha
en
su nuca
y sólo
un ligero olor a pólvora entre sus cabellos dorados
que la
escarcha convertía en afilados hilos;
y no
había ruido bajo el sol blanco, mudo de frío,
porque
los pájaros aún dormían en sus nidos
y los
hombres se calentaban en sus chabolas de guerra.
Cuando
yo lo miré, algo se transformó en el alma;
lo miré
una vez, y otra, y otra, hasta que ya no le vi
entre
la nieve
porque
había entrado en mi pensamiento y ya no saldría
de
él;
y supe
en un instante que me había reconciliado
con
la muerte
aquel,
aquel cadáver enemigo que estaba frente a mí;
y que
no había horror ni asco en la dura carne tendida:
tan
sólo mármol sereno de la belleza, despojado ya
de
la carga humana,
ausente
del frío, del dolor, del gozo o del deseo.
Había
sólo muerte pura, pureza muerta, pureza única
en el
sudario blanco de la escarcha.
Juan Bernier: Poesía en seis tiempos (1977)
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