miércoles, 17 de abril de 2013

Pretérito imperfecto


La mayoría de las semblanzas necrológicas de Margaret Thatcher que se han publicado estos días ha subrayado el protagonismo político y el liderazgo ideológico de la entonces primera ministra británica en lo que paradójicamente se llamó revolución conservadora. En efecto, en la década de los ochenta del siglo XX, Thatcher contribuyó decisivamente a poner en marcha la labor de zapa y derribo del estado de bienestar, de erosión y descrédito de los principios y valores de lo que Hobsbawm llamaba proyecto ilustrado. De los efectos y consecuencias de aquella iniciativa da buena cuenta la crisis económica y financiera, pero también social y política, de estos últimos años.
Bill Scott: Promesa rota
Yo, de aquellos tiempos, retengo también otras imágenes, rescato otros recuerdos. Por ejemplo, cómo, tras la resaca sesentayochista, la izquierda olvidó quién era su antagonista, desplegó toda su capacidad crítica sobre sí misma y comenzó a alimentar la perplejidad, a barajar contradicciones, a fomentar la melancolía.
Vimos entonces cómo, inesperada, sorprendentemente, se desmoronaba la URSS, a la vez que se diluían hasta desaparecer organizaciones aparentemente sólidas, como el PSUC en Cataluña o el PCI en Italia. Vimos también cómo la socialdemocracia cambiaba el discurso político por un programa de gestión, mudaba la voluntad de cambio en retórica reformista.
Pero conviene no olvidar que aquellos fueron también los años en los que comenzaron a cristalizar nuevos movimientos sociales: feministas, pacifistas, ecologistas, antinucleares...
De pronto, no sé por qué, al hilo de estos recuerdos, me ha venido a la memoria un cuento muy breve de Eduardo Galeano, Ventana sobre el espejo:
Solea el sol y se lleva los restos de sombra que ha dejado la noche. Los carros de caballos recogen, puerta por puerta, la basura. En el aire tiende la araña sus hilos de baba.
El Tornillo camina las calles de Melo. En el pueblo lo tienen por loco. El lleva un espejo en la mano y se mira con el ceño fruncido. No quita los ojos del espejo.
- ¿Qué haces, Tornillo?
-Aquí- dice-. Controlando al enemigo.
En fin.

                                                                           Julián

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