Cuando
le pedí a Claudio que me dijera un título para celebrar el Día del Libro e incluirlo
en nuestra lista de lecturas, me miró extrañado y me dijo: tú sabes que yo no sigo las novedades y
además... Por supuesto que lo sé, le interrumpí. Por eso precisamente te lo
pido. Y no te hagas de rogar, añadí. Me miró en silencio y con un gesto de
resignación, dijo toma nota: Cartas del que regresa, de Hugo von Hofmannsthal.
¿Lo has leído?, me preguntó. No, respondí. Bueno, después, cuando
llegue a casa, te envío unas líneas sobre el libro, ¿vale? Anotó algo en su
libreta y continuó tomando su güisqui de media tarde. Esa misma noche recibí
por correo electrónica esta breve nota:
Hugo von
Hofmannsthal (1874-1929) publicó su primer poema con dieciséis años; no había
cumplido los veinte y ya era un poeta de renombre. A los veinticinco, a una
edad en la que generalmente se empieza a desarrollar la capacidad poética -como
apunta Hermann Broch en Hofmannsthal y su
tiempo-, dejó de escribir poemas. En Carta
de Lord Chandos explica las
razones que le llevaron a abandonar la poesía.
Narrador, ensayista, dramaturgo, libretista de algunas óperas de Richard
Strauss, para Hofmannsthal la creación consiste en romper las formas que impone el
presente y ganar otras formas. Entre el ensayo, el relato y el poema en prosa, Cartas del que regresa es un texto
marcado por el desencanto y la nostalgia. Con una prosa de una elegancia
incomparable, dice Carlos Ortega en su "Nota del traductor", el
escritor austríaco reflexiona sobre el 'ser-alemán', la infancia, Van Gogh y la
incomodidad de vivir en un mundo sin atributos.
Asiduo del Café Central de Viena, donde se
conversaba con Zweig, Rilke, Wassermann, Musil, Herman Broch o Joseph Roth,
entre otros, Hugo von Hofmannsthal vivió en una época y un lugar irrepetibles.
"Donde uno no quisiera morir -escribe en la tercera de estas cartas-,
tampoco debe vivir".
Adenda
Después de
hablar contigo esta tarde, he pensado que tampoco vendría mal leer (o releer) Sobre
la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, de Nietzsche.
Ahora que la vida es pura incertidumbre y la historia casi un género literario,
la lectura de esta segunda intempestiva viene como de molde. Para muestra, un botón:
"El sentido histórico, cuando opera sin freno y desarrolla todas
sus consecuencias, quita las raíces al futuro, pues destruye las ilusiones y
priva a las cosas existentes de la única atmósfera en que pueden vivir. La
justicia histórica, aun cuando se practique eficazmente y con la más pura
intención, es una terrible virtud porque siempre mina y destruye las cosas
vivientes: su juzgar es siempre una aniquilación. Si detrás del impulso
histórico no impera un impulso constructivo, si no se destruye y se desescombra
para que un futuro, vivo en nuestras esperanzas, pueda levantar su casa sobre
el suelo ya despejado, si la justicia impera sola, el instinto creador se
debilita y desalienta".
Vale.
Claudio
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