Llegada
¡Aquí
estamos!
La palabra
nos viene húmeda de los bosques,
y un sol
enérgico nos amanece entre las venas.
El puño es
fuerte
y tiene el
remo.
En el ojo
profundo duermen palmeras exorbitantes.
El grito se
nos sale como una gota de oro virgen.
Nuestro pie,
duro y
ancho,
aplasta el
polvo en los caminos abandonados
y estrechos
para nuestras filas.
Sabemos
dónde nacen las aguas,
y las amamos
porque empujaron nuestras canoas bajo
los cielos rojos.
Nuestro
canto
es como un
músculo bajo la piel del alma,
nuestro
sencillo canto.
Traemos el
humo en la mañana,
y el fuego
sobre la noche,
y el
cuchillo, como un duro pedazo de luna,
apto para
las pieles bárbaras;
traemos los
caimanes en el fango,
y el arco
que dispara nuestras ansias,
y el
cinturón del trópico,
y el
espíritu limpio.
Traemos
nuestro
rasgo al perfil definitivo de América.
¡Eh,
compañeros, aquí estamos!
La ciudad
nos espera con sus palacios, tenues
como panales
de abejas silvestres;
sus calles
están secas como los ríos cuando no llueve en la montaña,
y sus casas
nos miran con los ojos pávidos
de las ventanas.
Los hombres
antiguos nos darán leche y miel
y nos
coronarán de hojas verdes.
¡Eh,
compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol
nuestra piel
sudorosa reflejará los rostros húmedos
de los vencidos,
y en la
noche, mientras los astros ardan en la punta
de nuestras llamas,
nuestra risa
madrugará sobre los ríos y los pájaros.
Nicolás Guillén: Sóngoro cosongo (1931)
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