Porque escribí
Ahora que quizás, en un año
de calma,
piense: la poesía me sirvió
para esto:
no pude ser feliz, ello me
fue negado,
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el
orgullo mezclados
y ajusticié también a unos
pocos lectores;
tendí la mano en puertas que
nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro
mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara
certeza,
la ilusión de tener el mundo
entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta!
como un cristo barroco
con toda su crueldad
innecesaria—
Escribí, mi escritura fue
como la maleza
de flores ácimas pero flores
en fin,
el pan de cada día de las
tierras eriazas:
una caparazón de espinas y
raíces
De la vida tomé todas estas
palabras
como un niño oropel,
guijarros junto al río:
las cosas de una magia,
perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a
renovar su encanto.
La especie de locura con que
vuela un anciano
detrás de las palomas
imitándolas
me fue dada en lugar de
servir para algo.
Me condené escribiendo a que
todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar
del extranjero).
Todos los que sirvieron y
los que fueron servidos
digo que pasarán porque
escribí
y hacerlo significa trabajar
con la muerte
codo a codo, robarle unos
cuantos secretos.
En su origen el río es una
veta de agua
—allí, por un momento,
siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que
nadie ve
de los que están braceándose
la vida.
Porque escribí fui un odio
vergonzante,
pero el mar forma parte de
mi escritura misma:
línea de la rompiente en que
un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a
dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que
me hicieron leer
con obscena atención a unos
cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue
menor,
lo pagué verso a verso hasta
escribirlo,
porque de la palabra que se
ajusta al abismo
surge un poco de oscura
inteligencia
y a esa luz muchos monstruos
no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en
casa del verdugo
ni me dejé llevar por el
amor a Dios
ni acepté que los hombres
fueran dioses
ni me hice desear como
escribiente
ni la pobreza me pareció
atroz
ni el poder una cosa
deseable
ni me lavé ni me ensucié las
manos
ni fueron vírgenes mis
mejores amigas
ni tuve como amigo a un
fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi
enemigo.
Pero escribí y me muero por
mi cuenta,
porque escribí porque
escribí estoy vivo.
Enrique Lihn: La musiquilla de las pobres
esferas
(1969)
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