Me
enamoré de las palabras y todavía estoy a su merced.
Me
gusta tratar las palabras como el artesano trata la madera, la piedra o lo que
sea, tallarlas, labrarlas, moldearlas, cepillarlas y pulirlas para convertirlas
en diseños (secuencias, esculturas, fugas de sonidos que expresan algún impulso
lírico, alguna duda o convicción espiritual, alguna verdad vagamente entrevista
que tenga que alcanzar y comprender).
No me interesa de dónde se extraen las imágenes de un poema; si quiere se pueden sacar del océano más recóndito del yo oculto; pero antes de llegar al papel deben atravesar los procesos racionales del intelecto.
Una de
las artes del poeta es la de tornar comprensible y articular lo que puede
emerger de fuentes subconscientes; uno de los usos mayores y más importantes
del intelecto es seleccionar de entre las masa amorfa de imágenes subconscientes
aquellas que mejor favorezcan su finalidad imaginativa, que es escribir el
mejor poema posible.
Lo que
importa con respecto a la poesía es el placer que proporcionada, por trágico
que sea. Lo que importa es el movimiento eterno que está detrás de ella, la
vasta corriente subterránea de dolor, locura, pretensión, exaltación o
ignorancia por modesta que sea la intención del poema.
Yo sólo
leo poesía por placer. Leo sólo los poemas que me gustan. Lea los poemas que le
gusten. No le preocupe el que sean importantes o perdurables.
La mejor artesanía siempre deja agujeros y
grietas en la estructura del poema de manera que algo que no está en el poema
pueda arrastrarse, deslizarse, relampaguear o tronar.
Dylan
Thomas
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