sábado, 7 de septiembre de 2013

Poética / Thomas



Me enamoré de las palabras y todavía estoy a su merced.

Me gusta tratar las palabras como el artesano trata la madera, la piedra o lo que sea, tallarlas, labrarlas, moldearlas, cepillarlas y pulirlas para convertirlas en diseños (secuencias, esculturas, fugas de sonidos que expresan algún impulso lírico, alguna duda o convicción espiritual, alguna verdad vagamente entrevista que tenga que alcanzar y comprender). 

 
No me interesa de dónde se extraen las imágenes de un poema; si quiere se pueden sacar del océano más recóndito del yo oculto; pero antes de llegar al papel deben atravesar los procesos racionales del intelecto.

Una de las artes del poeta es la de tornar comprensible y articular lo que puede emerger de fuentes subconscientes; uno de los usos mayores y más importantes del intelecto es seleccionar de entre las masa amorfa de imágenes subconscientes aquellas que mejor favorezcan su finalidad imaginativa, que es escribir el mejor poema posible.

Lo que importa con respecto a la poesía es el placer que proporcionada, por trágico que sea. Lo que importa es el movimiento eterno que está detrás de ella, la vasta corriente subterránea de dolor, locura, pretensión, exaltación o ignorancia por modesta que sea la intención del poema.

Yo sólo leo poesía por placer. Leo sólo los poemas que me gustan. Lea los poemas que le gusten. No le preocupe el que sean importantes o perdurables.

 La mejor artesanía siempre deja agujeros y grietas en la estructura del poema de manera que algo que no está en el poema pueda arrastrarse, deslizarse, relampaguear o tronar.

                                                                           Dylan Thomas

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