Sonia Delaunay: Lappendeken |
Antonio fue un precursor, me dice Claudio con su sorna
habitual cuando le pregunto por nuestro anfitrión; y continúa: cuando a
principios de los setenta regresó de París, abrió "La colmena", un
pequeño bar cercano a la facultad de letras que se convirtió enseguida en el
epicentro de una incipiente movida cultural. La mayoría de los clientes era
gente muy joven que celebraba con vehemente entusiasmo todo lo que le parecía
nuevo. Allí se hablaba de todo: de cine, de política, de teatro, de literatura,
de música... Los nombres de referencia y los temas de interés se sucedían con
una celeridad inusitada, que cuestionaba la asimilación de asuntos y
discursos tan dispares. Se pasaba de Hesse a Artaud, de Visconti a Marta
Harnecker, de Kafka a Truffaut, del expresionismo abstracto a Rayuela, de la
revolución cubana a King Crimson, de Barthes a... ¡qué sé yo! No paraban de
hablar. Hablaban y hablaban hasta bien entrada la noche. ¿Te acuerdas?,
pregunta Claudio dirigiéndose a Julián, que se había incorporado a nuestra
conversación.
Cómo no, responde Julián; y dirigiéndose a mí: allí conocí a ambos, a Antonio y a Claudio. Nos presentó Pedro, que solía reunirse en "La colmena" con la gente de su grupo de teatro. Pedro editaba "Dislecsia. Revista (presuntamente) literaria", donde yo publiqué mi primer poema. Bueno, lo de editar, aclara Julián, es un decir. La revista estaba impresa a ciclostil y tenía una tirada de doce ejemplares, cuatro para cada uno de los tres autores que colaboraban en cada número. Hasta que me marché a Madrid, fui un asiduo de "La colmena". Allí no había motivo ni ocasión para aburrirse. Era un ir y venir de historias increíbles, proyectos improbables y gente de toda clase y condición.
Animados por la memoria compartida, Claudio y Julián rescatan nombres y anécdotas de aquellos años. Hasta que yo les interrumpo preguntándole a Claudio, ¿qué hacía Antonio en París antes de regresar y abrir "La colmena"?
Cómo no, responde Julián; y dirigiéndose a mí: allí conocí a ambos, a Antonio y a Claudio. Nos presentó Pedro, que solía reunirse en "La colmena" con la gente de su grupo de teatro. Pedro editaba "Dislecsia. Revista (presuntamente) literaria", donde yo publiqué mi primer poema. Bueno, lo de editar, aclara Julián, es un decir. La revista estaba impresa a ciclostil y tenía una tirada de doce ejemplares, cuatro para cada uno de los tres autores que colaboraban en cada número. Hasta que me marché a Madrid, fui un asiduo de "La colmena". Allí no había motivo ni ocasión para aburrirse. Era un ir y venir de historias increíbles, proyectos improbables y gente de toda clase y condición.
Animados por la memoria compartida, Claudio y Julián rescatan nombres y anécdotas de aquellos años. Hasta que yo les interrumpo preguntándole a Claudio, ¿qué hacía Antonio en París antes de regresar y abrir "La colmena"?
Joseph Kosuth: Wittgenstein’s Colour |
Cuenta Claudio que a comienzos de 1979 Antonio cerró inesperadamente "La colmena" y se marchó a Nicaragua, a trabajar en revolución sandinista, me decía en la postal de despedida que me envió, con un abrazo y un hasta pronto. No supe nada de él en quince años. Llegué a pensar que había muerto. Un día sonó el teléfono: ¡Hola, Claudio! Soy Antonio. ¿Cómo estás? Una semana después, comimos juntos. Me habló de Laramie, su nuevo proyecto. Y hasta hoy.
¿Qué pasó durante todos esos años?, le pregunto a Claudio. ¿Esos años?, responde: mejor lo dejamos aquí, ¿vale? Porque esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario