- Si escribir poemas y publicarlos lo convierten a uno en poeta, sí: yo fui poeta.
-
Hablas en pasado...
-
Naturalmente: porque aquello es pasado.
-
¿Aquello?
- Sí.
Me refiero al juego social de ser poeta. Yo lo abandoné muy pronto, antes de
cumplir los treinta.
-
Dejaste de escribir poesía...
El Lissitzky: Neuer / New Man |
- No,
no. Nunca dejé de escribir poemas. Abandoné la idea de escribir un libro de poesía y, como te he dicho,
renuncié a ejercer como poeta. Desde entonces, desde que tomé aquella decisión,
sólo escribo, de vez en cuando, poemas. Y sigo leyendo poesía, claro. La poesía
es mi manera de estar solo.
- Te
convertiste en un poeta marginal...
-
¿Marginal? ¡En absoluto! Me convertí en lo que soy hoy: un poeta (justamente)
olvidado.
-
¿Justamente? No te entiendo...
- Yo
sí. Digamos que no me quejo ni me lamento. Al contrario, la poesía me procuró
amigos, conocimientos y experiencias que han sido importantísimos en mi vida.
Si acaso, soy yo quien no ha estado a su altura.
Antonio
nos trae los dos cafés que le habíamos pedido, una botella de brandy y dos
copas. Esto corre por mi cuenta; él sabe por qué -dice, señalando a Julián-.
Que te lo cuente.
Si
quieres, puedes sentarte con nosotros -le digo. De ninguna manera -me responde-:
venga, vosotros a lo vuestro.
- ¿Cuál
es el misterio del brandy, Julián?
-
¿Misterio? Ninguno. Es una vieja historia sin ningún interés. Allá por los
setenta, en los años que viví en Madrid, me acostumbré a beber brandy;
frecuentemente lo bebía con hielo. Y eso llamaba la atención a mis amigos y
camaradas... En fin, una tontería...
- ¿Fue
en aquellos años cuando ejerciste
como poeta?
- Sí; discreta,
lacónicamente, como decía Miguel Romero Esteo, pero sí, fue en aquellos años. Conocí
a algunos compañeros de estudios que también escribían (José Luis Ruiz
Olivares, Ezequiel Pérez Dorado, Rafa Cabrera, Luis Martínez de Merlo, Esteban
Díaz...). Compartí con ellos, especialmente con José Luis, lecturas,
conferencias, presentaciones de libros, y también cine, teatro... ¿Se te
apetece un poco de brandy?
Aleksandr Rodchenko, Spatial Construction n. 12 |
Mientras
bebemos el excelente brandy que Antonio nos ha ofrecido, me cuenta Julián
algunas experiencias y anécdotas de aquellos años. Me habla de su breve y
también discreta militancia en el MCE, un pequeño partido marxista
revolucionario surgido de una escisión de ETA. Lo normal en aquella situación
-dice-: reuniones de adoctrinamiento para la praxis revolucionaria, repartir
panfletos en la Facultad (una vez fui a una fábrica), distribuir Servir al Pueblo, el periódico del
partido, participar en las manifestaciones... La verdad es que aquello
-prosigue Julián- resultaba muy excitante. Especialmente las manifestaciones.
-
¿Sientes algún tipo de nostalgia de aquel tiempo?
- ¡En
absoluto! Aquel fue un tiempo lamentablemente gris. Y aquella, una sociedad
tristemente silenciada, neutralizada, fagocitada por la dictadura. A mí me
hubiera gustado vivir en otro lugar, más al norte, como escribió Espriu: "donde
dicen que la gente es limpia, / y noble, culta, rica, libre, / despierta y
feliz", cita de memoria Julián. Pero no seamos injustos, añade: en aquella
sociedad y en aquel tiempo hubo gente admirable que no se arrugó nunca y siempre supo estar a la altura de las
circunstancias.
Seguimos
hablando de la lucha antifranquista, del fracaso de la izquierda comunista, que
no supo articular una candidatura unitaria en las elecciones del 77 ni en las
del 79; de la controvertida Transición,
del cambio que finalmente no llegó... Y hablamos también de aquella eclosión de
compromiso, creatividad y diversión que fue el Teatro Independiente...
-
¿Quieres un poco más de brandy? Julián lo sirve sin esperar mi respuesta y
añade: en el pasado la vida parece más brillante, no porque las cosas fueran
mejor sino porque entonces éramos jóvenes. quien evoca el pasado como un tiempo
feliz es porque ha arrancado de la memoria los recuerdos ingratos. La nostalgia
es el recuerdo del que han olvidado el dolor.
Refiere
Julián también las aventuras nocturnas en los bares de Altamirano y Moncloa. En
La Vaquería de la calle Libertad (“Pasen y vean, pasen y beban”/ “Pintura,
music & poesía”) donde recalaba la fauna más variopinta del Madrid de mediados
de los setenta. Le pusieron una bomba los cabrones de la ultraderecha, recuerda
Julián. Y recuerda también "El Armadillo", "La Vía láctea"
y los comienzos de Malasaña...
Un día,
a finales de los setenta -me cuenta Julián- leí en El País una oferta de trabajo para jóvenes universitarios con
conocimiento de idiomas. Con el francés que aprendí en el Instituto, el
catalán, el italiano y el inglés, que rebañé leyendo a poetas de esas lenguas, y
un poco de cara, me presenté y me ofrecieron un contrato. El trabajo y el
sueldo eran tan atractivos que acepté. Llevo más de treinta años trabajando en
la empresa. Pero, bueno, esa -como diría Antonio- es otra historia.
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