Es cierto que las palabras no siempre son lo que parecen, pero en ocasiones se presentan con absoluta transparencia y no cabe dudar de sus intenciones. Eso es lo que ocurre, si no me equivoco, con la palabra que polarizó la atención en Laramie el último fin de semana: manifiesto. Ya saben: ese documento en el que se dan a conocer unos principios y unas propuestas que, según quienes lo publican, afectan de uno u otro modo a la mayoría o a la minoría de lo mortales, ya sea en el campo de la política, ya en el de la estética, o en ambos campos a la vez. El Manifiesto comunista es, como todos ustedes saben, el ejemplo emblemático. Pertenece a ese tipo de documentos que –a pesar de los que niegan que la palabra pueda tener algún efecto sobre la realidad– han cambiado el mundo. Para el sector más veterano de Laramie los manifiestos de las vanguardias pertenecen también a esta categoría.
Manifiestos
Robert Delaunay: Tristan Tzara |
Actualmente hay manifiestos para todos los gustos: por la paz, por las bibliotecas públicas, por la sostenibilidad, por la libertad religiosa, por el envejecimiento activo, por o contra la globalización, en favor de la vida o por una muerte digna… No hay año internacional de la ONU que no cuente con su manifiesto. De manera que a estas alturas de la película nadie se asombra de que cualquier producto material o simbólico, real o ficticio, comercial o institucional, individual o colectivo se presente avalado por un manifiesto comme il faut.
Fue Darío quien abrió la puerta de lo que en seguida se convirtió en un acalorado debate. Jugando una vez más a ser el aguafiestas del grupo, nada más llegar y dirigiéndose a Marta, dijo: ¿os habéis enterado de que muy pronto hay elecciones? Lo digo porque parece que la bella durmiente se ha despertado. Eso sí, no sé de quién ha sido el beso, pero me temo lo peor.
Conviene aclarar que para Darío la bella durmiente es la izquierda social y política, incluyendo como él mismo subraya siempre que habla de este asunto a “los que están encantados de conocerse en el extremo de la barra; esto es, a todos aquellos y aquellas que se cobijan bajo el santo palio de alternativos, ya sean de fin de semana, de puente aéreo o de cualquiera de esas rutinas que desde hace, ¿cuánto? ¿treinta, cuarenta años?, dan cobijo a su litúrgica pero confortable orfandad”.
Vale que te guste interpretar personajes irritantes y desagradables, pero no te soporto en el papel de reaccionario, le respondió Marta, visiblemente irritada. ¿Reaccionario?, le respondió Darío. Ya estamos con los esquemas fáciles, con el reduccionismo ideológico. ¿Por qué no ensayas otras salidas, Marta? Tal vez porque le molesta ese tipo de alusiones, intervino Teresa. ¿Y por qué –dijo Julián cortando por lo sano– en vez de andaros con susceptibilidades no le preguntáis a este provocador de salón de qué va y qué pretende? A mí al menos me gustaría saberlo.
Veo que no habéis recibido la convocatoria. Me refiero a la penúltima escenificación de la esclerosis múltiple que afecta a la izquierda de este país. El enésimo llamamiento, el enésimo manifiesto, la enésima petenera del llanto, que diría un amigo mío de Jerez. Leedlo y ya veréis cómo se conjuga la buena voluntad de los firmantes con la retórica más recalcitrante y la falta de ideas. ¿Qué en el Magreb se ha desencadenado la rebelión en la blogosfera y en las redes sociales, pues aquí en plan castizo se propone “la creación inmediata de Mesas de Convergencia Ciudadana en todos los barrios, en todos los pueblos y localidades y en todos los centros de trabajo”. Os suena, ¿verdad? ¡Patético!
Darío estaba lanzado. Todos sabíamos que en realidad estaba indignado, cabreado con lo que para él era una muestra más de la esterilidad discursiva y programática de una izquierda que comparece de vez en cuando como un sonámbulo triste en medio de la noche.
Justo en el momento en que comenzaba a despedazar el manifiesto de marras, Carlota lo interrumpió: si te decepcionan las respuestas de siempre, ¿por qué no hablamos de otras propuestas, Darío? Y sin que nadie se lo pidiera nos habló de otro (naturalmente nuevo) proyecto y de su correspondiente manifiesto.
En ello estaba cuando llegó rarodeluna. Absorto como siempre en sus menesteres y sin reparar en que Carlota estaba hablándonos de aquella nueva propuesta, repartió lo que al principio creíamos que era uno de sus habituales panfletos, pero que resultó ser un manifiesto: Por una sociedad sin (malos) humos.
Todo comenzaba a enredarse (”qué hacen aquí Anguita y Llamazares”, “pero de qué van estos ecologistas”, “a qué vienen tantas prohibiciones”, “me parece que me he perdido”…) cuando Antonio dijo: ¡Tiempo! ¡A cenar!
Claude Monet: Cap d’Antibes, Mistral. |
De las cuatro estaciones escogí la dirección que recomienda Teresa: Linea d’ombra, un interesante catálogo de exposiciones en Italia; la lectura que propone Julián y dos citas de Claudio, que les dejo a continuación.
No, no se me ha olvidado. Le he pedido a rarodeluna el manifiesto Por una sociedad sin (malos) humos. En cuanto lo tenga (aún no ha sido aprobado por la asamblea) lo publicaremos.
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