viernes, 23 de diciembre de 2011

Contra la postmodernidad


¿Se acuerdan de El intelectual melancólico? Sí, aquel presunto panfleto en el que Jordi Gracia comenzaba dándole una somanta a los progres sesentayochistas y terminaba haciéndole la pelota a Francisco Rico. En su benévola nota de lectura, Julián dejó claro que a Gracia le faltaba coraje para dar los nombres de esos jóvenes iconoclastas de antaño que hoy naufragan en el resentimiento, el desengaño, la frustración de su irreparable fracaso. ¿Recuerdan?
Pues bien, eso es justamente lo que le sobra a Ernesto Castro: coraje; o si lo profieren: osadía, desparpajo, heterodoxia, inconformismo, iconoclasia... Una actitud que emparenta a este jovencísimo autor (Castro nació en 1990) con la tradición ilustrada de un pensamiento crítico que no renuncia a ser revolucionario.
Castro no se anda con remilgos académicos ni con sutilezas retóricas. Él simple y llanamente está Contra la postmodernidad. Y ese es el título que le ha puesto a un ensayo beligerante y polémico en el que, para empezar, pone a caldo a algunos de los nombres de referencia en el debate sobre el carácter y la naturaleza de lo posmoderno.
Así, Ágnes Heller y Ferenc Fehér fracasan estrepitosamente en su intento de trascender la modernidad yendo más allá de los argumentos de clase. La Tercera Vía de Anthony Giddens se reduce a "una táctica oportunista para recuperar el poder por parte de una izquierda esclerotizada". Antonio Negri y Michael Hardt, los autores de Imperio, el libro que para algunos es el "Manifiesto comunista del siglo XXI", ofrecen como alternativa "una apología abstracta de un sujeto político sin contornos definidos". Zygmunt Bauman y su teoría de la modernidad líquida deviene en "una retórica cínica que, en su obsesión por interpretar la realidad, es incapaz de posicionarse en el espectro político y, en lugar de responder a la pregunta esencial, a saber, ¿a quién sirve mi discurso?, se dedica a balbucear tecnicismos y a establecer analogías conceptuales". ¡Ahí queda eso!
Por su parte, los 'antimodernos', con Derrida y Lyotard a la cabeza, "cubren los huecos de su incompetencia historiográfica, sociológica y política aferrándose a una historia de las ideas repleta de simplificaciones". Estos ilustrados de antaño que después dejaron de serlo renuncian a la posibilidad de un conocimiento. "De ahí a concebir toda realidad -escribe Castro-como un constructo social, toda verdad como resultado de una convención lingüística, toda forma de saber como una forma de apropiación, todo enunciado como una ficción pragmática, no hay más que un paso". Y ahí está Vattimo, con Heidegger al fondo, con su pensiero debole y su metafísica baja en calorías, que se entretiene en pensar de nuevo lo ya pensado.
Tampoco se salva de este severo repaso el llamado marxismo occidental, "una corriente de izquierdas surgida del desengaño político y constituida por autores como Lukács, Adorno, Benjamin, Sartre, Althusser o Della Volpe. En una clara inversión de la trayectoria intelectual de Marx, los marxistas occidentales abandonaron el análisis económico y el compromiso militante para recluir su actividad intelectual en el campo de la epistemología y la crítica cultural", dice Ernesto Castro, que hace suyo este juicio implacable de Perry Anderson: "El método como impotencia, el arte como consuelo y el pesimismo como quietud: no es difícil percibir elementos de todos ellos en el marxismo occidental".

Ajit Solanki

¿Qué les parece? Pues con la misma determinación con la que describe el enredo que se ha montado en las últimas décadas en torno a la modernidad, Castro llama la atención sobre dos aspectos fundamentales. El primero, el estrecho vínculo entre capitalismo y posmodernidad: "lo radical-postmoderno es el chivo expiatorio al que recurre un capitalismo con rostro humano que simula responsabilidad ecológica, cuidado de lo auténtico, filantropía para con el desvalido y respeto de las diferencias. El soporte de la ética consumista es la fascinación turística por la multiplicidad de usos, costumbres y creencias".
El segundo, la ineludible responsabilidad de la izquierda en este proceso: "el posmodernismo, en su dimensión política -escribe siguiendo a Eagleton- surge del fracaso experimentado por una izquierda a la intemperie, incapaz de generar una alternativa viable al capitalismo, que acepta resignadamente la omnipotencia del sistema, al mismo tiempo que sitúa los restos del potencial subversivo en fogonazos eventuales de transgresión lanzados desde la periferia".
Y al final nos deja una pregunta: "¿Es el postmodernismo algo más que una cortina de humo al servicio de las formas de vida recortadas a la medida del escaparate capitalista?".
                                              
                                                                  rarodeluna


2 comentarios:

Juan Antonio Bernier dijo...

El ensayo de ernesto es admirable. Y necesario.
Abrazo

Ernesto Castro dijo...

Gracias por la lectura. Este recorrido a través de los argumentos principales mejora al original, sin duda.