martes, 24 de enero de 2012

La ecuación de Berman


Todos aceptan que la modernidad es una experiencia ambivalente. Quien mejor lo ha expresado es Marshall Berman: "ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos (...) Es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia".
Con la licencia del esquematismo podría afirmarse que, a lo largo del último siglo, el pensamiento progresista ha tendido a colocarse habitualmente del lado optimista de la ecuación de Berman y el pensamiento conservador del lado pesimista.
Más aún, hay quienes piensan que el optimismo progresista es uno de los rasgos más salientes del siglo XX; al menos en el sentido de lo dicho por Ralf Dahrendorf, "en cuanto que en sus mejores posibilidades, el siglo fue social y democrático. Al final del mismo, (casi) todos nos hemos convertido en socialdemócratas. Todos nosotros hemos aceptado y hemos permitido que se conviertan en evidentes en nuestro entorno los aspectos que definen el tema del siglo socialdemócrata: crecimiento, igualdad, trabajo, razón, Estado, internacionalismo".


Pornchai Kittiwongsakul - AFP

Cambio de clima
Sabemos, sin embargo, que el siglo ha terminado mal. La cara oscura de la modernidad ha llevado a dudar de la razón, el progreso, las ideologías; incluso, se hallan en entredicho la libertad de los modernos, su confianza en el conocimiento y en los frutos de la técnica. En particular, ha cambiado el clima en torno a uno de los elementos claves del tema socialdemócrata; el crecimiento. Hasta ayer él proporcionaba una de las bases del optimismo progresista. En efecto, como bien dice el mismo Dahrendorf -en esto no muy distinto de lo que pensaban Marx o Schumpeter- "ninguna sociedad socialdemócrata puede existir sin crecimiento" [...] 

Con el cambio de clima, al menos esa parte del optimismo progresista se ve debilitado. Y su pensamiento, su espíritu, su sensibilidad, su forma de mirar el mundo, sus sentimientos de trasfondo, empiezan a transformarse. Es como si su centro de gravedad se estuvieran trasladando desde el lado izquierdo de la ecuación de Berman -el lado afirmativo-optimista- hacia el lado derecho, el del temor al cambio y el malestar frente a sus efectos. De ser percibida como una época que precisamente por su potencial transformador pone en tensión los "mecanismos de confianza" y los "entornos de riesgo", la modernidad pasa a ser vista como "una época de angustia" [...].


José Joaquín Brunner: "Apuntes sobre el malestar frente a la modernidad: ¿transfiguración neo-conservadora del pensamiento progresista?", 1998.

1 comentario:

jmohedano dijo...

Excelente análisis. Y añado: no sólo vivimos anclados en el pesimismo (no es la primera vez que la historia reescribe el oscurantismo medieval o el contrarreformismo barroco), sino que incluso la idea misma de optimismo se ha desideologizado, banalizándola y desactivándola.

Así, el optimismo de raigambre humanista (y después ilustrado, y después marxista) se asentaba en la convicción de que el hombre podía comprender el mundo e imponer un nuevo orden (la civilización), frente al caos (que suele ser un orden que no comprendemos o compartimos) de la naturaleza. En definitiva: era un optimismo de acción y transformación.

Hoy en día, sin embargo, la despolitización (de la izquierda, porque su contrario está más armado que nunca) y el reverdecer de lo irracional han degradado el optimismo a una suerte de predisposición anímica a soportar con buen talante los reveses de la vida. Ya no hablamos de transformación, sino de su contrario: el conformismo. Y si no, acúdase a cualquier libro de autoayuda (¿casual que Coelho haya sido invitado a Davos?).

Seamos optimistas, claro que sí, pero con afán propositivo.