Blanco: Yo no creo en Dios. ¿Tan difícil es de
entender? Mire a su alrededor, hombre. ¿Es que no lo ve? El griterío de los que
sufren lo indecible debe de ser para él el más agradable de los sonidos. Y
detesto estas discusiones. Lo del ateo de la aldea cuya sola pasión es
vilipendiar sin descanso aquello cuya existencia niega de entrada. Ese
compañerismo, esa hermandad que usted defiende es una hermandad de dolor y
punto. Y si ese dolor fuese colectivo de verdad y no meramente reiterativo, su
propio peso arrancaría el mundo de los muros del universo y lo lanzaría en
llamas a través de la noche que aún pueda ser capaz de engendrar hasta que no
quedase de él ni ceniza siquiera. ¿La justifica? ¿La fraternidad? ¿La vida
eterna? No me fastidie, hombre. Dígame una religión que prepare al hombre para
la muerte. Para la nada. A esa secta quizá sí me apuntaría. Su religión lo
cifra todo en más vida. Más sueños, ilusiones, mentiras. Si fuera posible
proscribir el miedo a la muerte de los corazones humanos, la gente no viviría
ni veinticuatro horas. ¿Quién iba a querer esta pesadilla a no ser por el miedo
al día siguiente? Sobre cada alegría humana pende la sombra del hacha. Todo
camino acaba en la muerte. Peor aún. Toda amistad. Todo amor. Tormenta,
traición, pérdida, sufrimiento, dolor, vejez, humillación, enfermedad horrenda
y prolongada. Y todo ello con un solo final. Para usted como para todas las
personas y todas las cosas que ha elegido querer. Ahí está la auténtica
fraternidad. Miembros vitalicios, del primero al último. Dice que mi hermano es
mi salvación. Pues que le den. Que le den por todos lados y de todas las
maneras. ¿Me veo reflejado en él? Sí. Es verdad. Y lo que veo me repugna.
¿Entiende lo que quiero decir? ¿Puede usted entenderlo?
Cormac McCarthy: El Sunset Limited
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