Desde Herodoto, la principal tarea de un historiador
consiste en recoger las historias que merecen ser recordadas, destacando
aquellos hechos que, convertidos en acontecimientos, le confieren relevancia a
tales historias. Pero el historiador no
suele quedarse ahí, en el mero registro historiográfico. Va más allá y, al hilo
de su discurso, pone en marcha un proceso en el que el análisis de los
acontecimientos implica ensayar hipótesis y formular explicaciones sobre el
significado y el sentido de tales historias. Y en ocasiones parece que lo consigue:
la narración y lo narrado se articulan de tal modo que el resultado se
convierte en Historia. Hasta que
alguien proyecta sobre esos acontecimientos otra mirada, formula otras
hipótesis y corrige o incluso reescribe
esa Historia.
En la España contemporánea, el 25 de octubre de 1977 figura
como una fecha de singular importancia. Ese día y convocados por el presidente
del Gobierno, Adolfo Suárez, la mayoría de los partidos con representación
parlamentaria firmaron los Pactos de la Moncloa, un acuerdo que contemplaba una
serie de medidas para afrontar la grave situación económica y para procurar
estabilidad al proceso político iniciado unos meses antes con las primeras
elecciones democráticas.
Juan Genovés: Sintonía |
Pero Gillem Martínez y quienes participan con él en la
edición de CT o Cultura de la Transición
tienen una opinión bien distinta sobre aquel acontecimiento y sobre los 35 años
que han transcurrido desde entonces. Para ellos, aquel día de octubre se
certificó la derrota de la cultura emancipadora y transformadora, esto es, se
desactivó la cultura de izquierdas y en su lugar se instituyó una cultura consensual, desproblematizadora y
despolitizadora: la Cultura de la Transición (CT), que se aseguró
durante tres décadas el control de la realidad mediante el monopolio de las palabras,
el monopolio de los temas y el monopolio de la memoria. "Una aberración
cultural que ha supuesto una limitación
diaria a la libertad de expresión, a la libertad de opinión, a la libertad
creativa. A la libertad, a palo seco".
Convertida en un elemento propagandístico del sistema, la CT favoreció el clientelismo, legitimó el conformismo y auspició el apesebramiento en todos los ámbitos de la vida cultural del país. Desconectada de la realidad -escribe Amador Fernández Savater- en estas tres décadas la CT ha tratado de desactivar la cultura como interrogación crítica y autónoma sobre la sociedad. La CT no se mete en política, salvo para darle la razón al Estado -dice Guillem Martínez- y el Estado no se mete en cultura, salvo para subvencionarla, premiarla o concederle honores.
Pero la situación ha cambiado -dicen- y la CT con todo su montaje -añaden- se está yendo al garete. Se muere de vieja, pero sobre todo por la irrupción de una cultura crítica alternativa, consciente de que el malestar de hoy es consecuencia de la desmovilización pactada en la Transición. Impulsada por las generaciones de los 70 y 80, la cultura crítica alternativa ha convertido la Red en su lugar de encuentro y el 15M en la expresión de su malestar y el símbolo de su proyecto.
Convertida en un elemento propagandístico del sistema, la CT favoreció el clientelismo, legitimó el conformismo y auspició el apesebramiento en todos los ámbitos de la vida cultural del país. Desconectada de la realidad -escribe Amador Fernández Savater- en estas tres décadas la CT ha tratado de desactivar la cultura como interrogación crítica y autónoma sobre la sociedad. La CT no se mete en política, salvo para darle la razón al Estado -dice Guillem Martínez- y el Estado no se mete en cultura, salvo para subvencionarla, premiarla o concederle honores.
Pero la situación ha cambiado -dicen- y la CT con todo su montaje -añaden- se está yendo al garete. Se muere de vieja, pero sobre todo por la irrupción de una cultura crítica alternativa, consciente de que el malestar de hoy es consecuencia de la desmovilización pactada en la Transición. Impulsada por las generaciones de los 70 y 80, la cultura crítica alternativa ha convertido la Red en su lugar de encuentro y el 15M en la expresión de su malestar y el símbolo de su proyecto.
Tales son, si no me equivoco, las premisas del discurso que se
despliega en la veintena de textos que componen CT o la Cultura de la Transición, un conjunto misceláneo y desigual
que se presenta como "un análisis, una disección de la sociedad española
actual" y que "intenta explicar los mecanismos que hacen posible una
cultura, la CT, en la que todo está pautado y previsto". Hasta aquí las
intenciones.
El resultado es una especie de enmienda a la totalidad, que
se pierde en generalizaciones y se diluye en anécdotas cuando no en
banalidades. Su más que discutible reduccionismo, la falta de rigor historiográfico
en muchos casos y de solvencia argumentativa en más de una ocasión, dañan el
conjunto e impiden que se cumplan los propósitos que animaron la edición.
Más allá de eslóganes y marbetes, resulta evidente que para
entender la España actual es tan necesario como ineludible revisar, releer y si
es necesario reescribir la historia de los 35 años transcurridos desde aquel
día de octubre de 1977. Y desde luego hay que hacerlo proyectando otras
miradas, planteando otras preguntas, formulando otras hipótesis. Pero hay que hacerlo con toda la experiencia
acumulada, y en serio.
Julián
Gillem Martínez (Coord.) y otros: CT o Cultura de la transición. Crítica a 35 años de cultura española. Mondadori,
2012.
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