El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo.
Cada
poema lo escriben dos personas. Hay una persona que es la que siente las cosas,
la que las experimenta, la que piensa. Y otra persona, que está detrás de mí y
dice: "¿No estarás exagerando?, ¿qué va a entender el lector de lo que
estás escribiendo? y, además, ¿para qué le sirve?"
A la
pregunta de qué cosa es la inspiración, suponiendo que algo sea, los poetas
contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los
beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil
explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.
La
inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo "no lo sé''. El
poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente "no
sé''. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto
final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y
en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a
las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de
la literatura las sujeten con un clic enorme para denominarlas "La Obra''.
Todos
mis poemas nacen del amor. Diría incluso que todos los poemas nacen del amor;
incluso aquéllos que transmiten el mal tienen en el fondo una forma de amor
hacia el mundo.
El
mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su
inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a
los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas
-ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-;
a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la
radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir
algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de
cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos
un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos
fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre
este mundo: es asombroso.
Escribo
de la realidad y los sueños son una parte de la realidad.
La
escritura requiere soledad, aislamiento, trabajo y cansancio. He visto pintores
trabajando mientras hablaban, riéndose, rodeados de gente, y eso es imposible
para un escritor. Necesito tiempo y que nadie me moleste.
Wislawa
Szymborska
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