domingo, 23 de enero de 2011

Raros, malditos y asimilados / 1


A raíz de la primera entrega de la Antología parcial, dedicada a Martín Adán, Teresa envió una nota de lectura en la que evocaba la edición en 1992 de otra antología, 8 poetas raros. Dos propuesta en las que Darío encontró una magnífica ocasión para provocar el debate en torno a uno de sus (“múltiples”) temas preferidos.
Nada más entrar en Laramie se dirigió al salón, se acercó a Teresa, que conversaba con Marta y con Julián, y sentándose a su lado le soltó una de las suyas:
Darío.- Pero bueno, Teresa, ¿a qué viene ahora abrir el álbum de los malditos? ¿Hay alguna conmemoración en puertas o es mera arqueología?
Teresa.- ¿Malditos? No sé a qué te refieres.
Darío.- A la nota que dedicas en el blog a esa antología de hace casi veinte años.
Teresa.- Ya. Ocho poetas raros, Darío, no malditos.
Camille Pissarro: Boulevard Montmartre
Darío (interrumpiéndola).- Raros, malditos, bohemios, decadentes... ¿Qué más da? Distintos nombres para una misma afección. Eso lo sabe todo el mundo. Baudelaire dio la pista: Je ferai rejaillir ta haine qui m'accable / Sur l'instrument maudit de tes méchancetés… Haré que recaiga el odio que me abruma / sobre el maldito instrumento de tus maldades… Verlaine, el Pobre Lelian, prendió la mecha. Entre nosotros, Rubén siguió su estela, eso sí trocando maldito por raro, no sé si por respeto, por interés o por precaución: ya se sabe cómo se las gastaba la autoridad católica en estos menesteres… Y, cómo no, Pere Gimferrer…
Teresa.- Para, para, no te embales. ¿Qué pasa? ¿Qué pretendes? ¿Tienes algo en contra de los poetas raros o malditos o como quieras llamarlos?
Darío.- Pasa que hace tiempo que esos poetas están ya debidamente desactivados, digeridos, catalogados, clasificados y amortizados.
Marta.- Ni que fueran un valor bursátil…
Darío.- Mira, como metáfora no está nada mal. En efecto, al principio fueron marginados, incluso despreciados; nadie daba un céntimo por ellos. Pero después y poco a poco se convirtieron en eso que hoy llamamos un icono, un referente y un modelo para la gente joven, que se quedaba embobada al conocer las peripecias más lamentables de aquellos escritores.
Marta.- ¿No crees que estás exagerando?
Darío.- ¿Exagerando? ¡Mira quién habla! Sabes perfectamente lo que digo: vuestra generación encumbró a esos escritores. Se os caía la baba repitiendo aquel imperativo categórico de que hay que ser absolutamente modernos. Venga, confiésalo: ¿cuántas veces repetiste aquel eslogan progre, “cambiar el mundo, cambiar la vida”, que auguraba un improbable encuentro de Marx y Rimbaud? Lo triste es que más de uno se quedó colgado de aquella percha para siempre.
Marta.- Si te pones así, lo dejamos.
Darío.- No, no me entiendas mal. Lo que trato de decir es que vosotros, vuestra generación, fuisteis los últimos en creeros aquella milonga. Admítelo: os fascinaban aquellas historias marcadas por el escándalo y la transgresión.
rarodeluna.- La proyección típica de una mentalidad pequeñoburguesa…
Marta.- ¡Lo que faltaba!
rarodeluna.- … en el fondo aquellos rebeldes de los sesenta y los setenta eran unos hijos de papá…
Marta.- ¿Hijos de papá? ¡Por favor…!
Claudio.- Creo que os estáis desviando del tema.
Teresa.- Yo desde luego me he perdido.
Julián.- Es natural. No quiero que te molestes, Darío, pero presiento que tú también andas un poco perdido, mezclando churras con merinas.
Antonio.- Yo estoy de acuerdo con Julián. Pero, ¿qué os parece si le damos a Darío un margen de tiempo para que reflexione sobre el asunto y tratamos el tema en un próximo encuentro? Por cierto, no os perdáis este green mist que os he preparado…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Raros, malditos, asimilados... ¿Frikis tal vez? ¡Big bang Sheldon!