martes, 25 de diciembre de 2012

Elogio (y repulsa) de la estupidez



¿Quién, con un poco de conocimiento y una mínima experiencia, puede negar que, además de mortales, todos somos, en mayor o menor medida, puntual o permanentemente, estúpidos, tontos, imbéciles? Venga, no se esconda: admita usted que alguna que otra vez se ha mirado al espejo y rabiosa o compasivamente se ha dicho a sí mismo: eres imbécil. ¿Y cuántas veces ha oído un indulgente y cariñoso "no seas tonto", o un áspero y tajante "eres estúpido"? ¿Formas de hablar? Mejor, maneras de vivir, ¿no? Esto, en la intimidad o en el ámbito privado, donde podemos resguardarnos, salvar la cara o intentarlo al menos. 

Stephanie Strasburg

Fuera, en la plaza pública, a plena luz del día, la cosa es bien distinta; quiero decir que en la calle el asunto va en serio. Ahí, con los otros, con los demás, ¿quién puede sustraerse al influjo de la estupidez, a su ubicuidad, a su capacidad para adoptar las formas más diversas? De hecho, en nuestra vida social estamos permanentemente expuestos a comportarnos como estúpidos.
Hay quien intenta evitar el percance o, si no lo consigue, procura enmendarse e incluso no tiene reparo en reconocer que se ha comportado como un estúpido o que lo que ha dicho ha sido una estupidez; hay quien, por el contrario, ni advierte el incidente ni asume su estupidez, sino que persevera en la costumbre hasta convertirla en un acendrado rasgo de su personalidad.
A propósito, ¿la estupidez es un don natural o un logro, una conquista? ¿Hay profesiones que favorezcan la estupidez más que otras? ¿Qué edad es la más propicia para hacer el imbécil? ¿Es la estupidez una cuestión de género? Es decir, ¿son los hombres como tales más estúpidos que las mujeres? ¿De dónde sacamos ánimo y fuerza para sobreponernos a nuestra propia estupidez, para preguntarnos cada día: cuándo vas a dejar de hacer el gilipollas?
Ng Han Guan
El caso es que acabo de leer Elogio de la estupidez (Cómplices editorial), de Jean Paul, una de las figuras más destacadas de ese efervescente período, a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, en el que clasicismo y romanticismo conviven en Alemania.
El tema no es novedoso. Como señala Juan de Sola en el prólogo a la edición, "sobre la estupidez se ha pronunciado casi todo el mundo. Raro es el año en que no aparecen antologías y prontuarios repletos de citas sobre la bobería, la imbecilidad u otras formas modernas de militancia en el reino de los tontos". En estas mismas páginas, Claudio publicó una elocuente reseña sobre la estupidez.
En Elogio de la estupidez, Jean Paul convoca a gente de toda clase y condición, de los oficios y profesiones más dispares, lerdos y sabios, cortesanos y burgueses, súbditos y gobernantes, filósofos y poetas... "Todos los estamentos han compartido conmigo un poco de su gloria", dice la estupidez a la que Jean Paul cede completamente la palabra. "Hago feliz al estúpido tanto por la cabeza como por el corazón. Cierto que no le ofrezco la sabiduría pero sí la creencia de que la tiene en su poder. La falta de saber lo protege de todos los peligros que son la perdición, temporal o eterna, del pensador".
Y orgullosa de sí misma, añade: "¿Puede seguir ignorándose el alcance de mi influencia en la felicidad de la gente, la grandeza de mi poder, que seduce irresistiblemente al estúpido de ilustre cuna y lo sitúa junto al de baja extracción, la grandeza de mi bondad, que no se olvida de ninguno de mis adeptos, y la grandeza del elogio que por todo ello me merezco?". 
Reuters
Tal y como la pinta Jean Paul, la estupidez resulta casi entrañable. Actualmente sus formas y maneras son desde luego muy distintas y ocupa un destacadísimo lugar en todos los sectores y ambientes de la vida cotidiana: tribunales y parlamentos, academias y universidades, consejos de administración o de gobierno... Añádase a ello las generosas aportaciones, los prolíficos y variados testimonios que cada día nos ofrecen los medios de comunicación de masas y en los que adquieren un protagonismo especial políticos, tertulianos y famosos.
En su teoría de la estupidez humana decía Cipolla que la prosperidad de una sociedad depende exclusivamente de la capacidad de los individuos inteligentes para mantener a raya a los estúpidos. Y advertía de la alarmante proliferación de canallas y sinvergüenzas con un elevado porcentaje de estupidez, especialmente entre los individuos que están en el poder.
Desde hace meses, cada viernes, cuando leo u oigo el resumen de las medidas adoptadas por el Consejo de Ministros no puedo sustraerme a la idea de que aquella advertencia se ha convertido ya entre nosotros en una rotunda y lamentable evidencia.

                                                                           Darío

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