martes, 29 de noviembre de 2011

Piedras



Un amigo me dijo recientemente que un libro como Piedras sólo puede escribirlo un escritor francés y publicarlo un editor también francés. "Sobre los lectores no me pronuncio: que cada palo aguante su vela". (No piensen mal de mi amigo: es un gran admirador de la literatura francesa). Y añadió: "yo aguanté hasta el final, pero terminé aturdido y cansado de tanta y tanta piedra, con la incómoda sensación de no haberme enterado de nada".
Mi amigo no es el único lector que no comprende el propósito ni el sentido del libro de Roger Caillois. Cioran, que escribió el artículo que figura como prólogo en la edición de Siruela, comenta: "Leyendo Piedras,  más de una vez me he preguntado si no se trataba de un lenguaje confinado en sus propios significados". Una visita a la sección de mineralogía del Museo de Historia Natural le hizo comprender al autor de El ocaso del pensamiento el propósito y el significado de esta obra de Caillois, a quien desde entonces considera no un virtuoso del lenguaje, sino "un guía dedicado a comprender desde dentro maravillas petrificadas, a fin de reconstituir, mediante una regresión apenas concebible, su estado de indeterminación original".
A mí me ha ocurrido algo parecido. Como Cioran, a medida que avanzaba la lectura se acrecentaba mi perplejidad; y al final no he podido sustraerme a esa sensación de cansancio a la que se refería mi amigo. No creo que una visita al Museo de Historia Natural alivie esa sensación y ese desconcierto. Es posible que fuera no encuentre ese verdad que dijo encontrar dentro el autor de Breviario de podredumbre, pero estaré a salvo de transfiguraciones como la que experimenta Cioran en la sección de mineralogía.
                                                                       Claudio

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