sábado, 24 de marzo de 2012

Ni privilegios, ni impunidad



Seguimos todavía sin comprender (y aún nos abochorna) el espectáculo que dio aquella "abrumadora mayoría de diputados" ovacionando durante un buen rato a Juan Carlos I el día en que se inauguraba la décima Legislatura, el pasado 27 de diciembre.
¿Qué aplaudían? Que el Monarca dijera en su discurso navideño que absolutamente todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Pero eso es, si se nos permite la expresión, una obviedad constitucional, ¿no? Sobre todo cuando es el Jefe del Estado quien lo dice. ¿A qué venía entonces el prolongado aplauso de aquellos diputados?
Según un editorial de El País, la ovación evidenciaba el apoyo de los representantes de la soberanía nacional tanto a la figura del Rey como a la institución que encarna. Es posible; pero a nosotros nos dio la impresión de que aquello era una especie de muestra de agradecimiento. ¿Por qué? ¿Por cumplir con sus obligaciones? En seguida desechamos esta idea porque, de ser así, aquellos diputados se habrían comportado como admirados súbditos y no como representantes de la soberanía nacional.
En cualquier caso, aquel suceso nos dejó un mal sabor de boca. Si los diputados sabían -como suponíamos todos- que el Jefe del Estado estaba al corriente de lo que hacía su yerno, ¿por qué en lugar de aplaudir no le hicieron algunas preguntas? Por ejemplo: ¿cómo tardó usted tanto en reconocerlo?, ¿por qué le procuró usted esa salida airosa de mudarse a Estados Unidos?... ¡Eh, eh! ¡Camino vedado! Resulta que, de acuerdo con la Constitución, el Rey no es responsable de sus actos.
¿Cómo es posible una democracia en la que el Jefe del Estado es, por ley, irresponsable, etimológica y políticamente hablando...? Ese estatus, ¿no es acaso un privilegio? Un privilegio como el de no haber tenido que declarar ni justificar la asignación presupuestaria que recibe del erario público.
Por cierto, ¿qué cabe pensar cuando la portavoz del Consejo General del Poder Judicial justifica que no se grabe la declaración Urdangarin ante el juez para no "estigmatizar su imagen" y porque "no todos los imputados son iguales"?
Ayer el Parlamento de Navarra instaba al Gobierno de Mariano Rajoy a que en la llamada Ley de Transparencia incluyese "los mecanismos legales que resulten oportunos" para conocer "la distribución de la cantidad percibida por el Rey con cargo a los Presupuestos del Estado, para el sostenimiento de su familia y Casa, incluyendo rentas y salarios". Pues bien, el anteproyecto de Ley de Transparencia del que ayer mismo dio cuenta el Consejo de Ministros establece la Casa Real como límite de acceso a la información. Según la vicepresidenta del Gobierno, la Casa Real “no es una Administración pública”. ¿Otro privilegio?
Habrá que recordarles a quienes se sientan en el Consejo de Ministros y a aquellos entusiastas diputados que un privilegio es, según la RAE, exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia. Y que en un Estado democrático no caben los privilegios precisamente porque todos los ciudadanos y ciudadanas son iguales ante la ley. Y habrá que recordarles asimismo que en democracia nadie puede sustraerse a sus responsabilidades, empezando por el propio Jefe del Estado (y su familia, claro), a quien habrá que recordarle también que él debe ser absolutamente transparente en su gestión. Alguien debe decir alto y claro que aquí no cabe el privilegio ni la impunidad.
Y ya está bien de apelar a los servicios prestados por don Juan Carlos, como hacía El País en aquel editorial: "renunció en su día a los poderes recibidos, devolvió la soberanía al pueblo español, impulsó el cambio hacia la democracia y la protegió y defendió de los golpistas". Alguien debería recordarle al editorialista y a quienes piensan como él que los poderes recibidos eran ilegítimos, que nadie puede devolver lo que no tiene, que la democracia fue una conquista, que el 23F hizo lo que debía: cumplir con su deber, ¿no?
                                                                  Carlota y rarodeluna

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