Los
años sesenta acabaron mal en todas partes. El cierre del largo ciclo de crecimiento
y prosperidad de la postguerra disipó la retórica y los proyectos de la nueva
izquierda; el análisis optimista en la alienación postindustrial y la
despersonalización de la vida moderna pronto se vería desplazado por una
renovada atención hacia los empleos y los salarios. En el Este, el mensaje de
los años sesenta fue que ya no se podía trabajar dentro del
"sistema"; en el Oeste, las opciones no parecían mejores. Sólo los
verdaderos radicales se mantuvieron con determinación fuera del consenso
político, un compromiso que en Alemania e Italia, así como en Estados Unidos y
en Latinoamérica, los conduciría a la clandestinidad, la violencia y el crimen.
A corto
plazo, los logros prácticos de los años sesenta parecían bastante escasos. Los
ciudadanos mayores de 18 años pudieron votar: primero en Gran Bretaña y luego
en los demás países. Las universidades intentaron, con éxito desigual, actualizar sus instalaciones y mostrarse más
abiertas a las demandas de los estudiantes. En el curso de la década siguiente
el acceso al divorcio, el aborto y la contracepción se vieron facilitados en
casi todas partes, y las restricciones respecto a la conducta sexual -tanto en
su representación como en su práctica- desaparecieron en gran medida. En el Statuto dei Lavoratori de mayo de 1970,
los trabajadores italianos consiguieron en derecho a la protección contra el
despido improcedente. En conjunto, estos cambios constituyeron una transformación
cultural esencial de la sociedad europea; pero no llegaron a significar la
"revolución" que anunciaban los eslóganes y las acciones de la
generación de 1968*.
De
hecho, dicha revolución había contenido desde el principio el germen de su
derrota. Los mismos movimientos que pretendían
menospreciar y abominar de la "cultura consumista" fueron
desde el principio objeto de consumo cultural, lo que reflejaba una amplia
disyunción entre la retórica y la práctica. Aquellos que en París o en Berlín
declaraban agresivamente su intención de "cambiar el mundo" a menudo
eran los más volcados en obsesiones provincianas e incluso físicas (que
anticipaban la política solipsista del "yo" que caracterizaría a la
década siguiente) y los más absortos en la contemplación del impacto que ellos
mismos eran capaces de generar. "Los sesenta" fueron objeto de culto
antes incluso de que la década finalizara.
(*)
Sólo en España, donde el ciclo de protesta social continuó hasta mediados de
los años setenta antes de fusionarse con el movimiento por el retorno de la
democracia parlamentaria, la agitación de los años sesenta anunció una genuina
transformación política.
Tony Judt: Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Taurus,
Madrid, 2011, págs. 651-652.
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