"El 15 de julio de 1972, hace ahora cuarenta años, el
complejo habitacional estatal Pruitt-Igoe de St. Louis, la segunda ciudad más
grande del Estado de Missouri, en el Medio Oeste estadounidense, comenzó a ser
demolido por considerárselo un lugar inhabitable para las personas de escasos
recursos que allí residían. Negros, todos ellos. La demolición –que se completó
en los siguientes cuatro años– fue interpretada como una alegoría exculpatoria
del autoritarismo arquitectónico moderno, como una rápida corrección de los
signos del lenguaje urbano.
Si los edificios son signos de otra cosa, si la forma y el
lugar que ocupan en la ciudad están indicando una función, ¿signo de qué era el
Pruitt-Igoe? ¿Qué quería decir que lo echaran abajo? ¿O que alguien celebrara
el acontecimiento? Fue diseñado en 1951 por el arquitecto estadounidense Minoru
Yamasaki, quien años más tarde proyectaría las torres del World Trade Center. A
la historia le gustan esas ironías, esos guiños. El Pruitt-Igoe empezó a
ocuparse en 1954 y se inauguró en 1956. Se trataba de un armatoste monstruoso,
33 edificios idénticos de 11 plantas cada uno, un total de 2.762 departamentos,
se dice que inspirado en las máquinas para la vida del arquitecto suizo Le
Corbusier. Se lo presentó como un heraldo de las innovaciones arquitectónicas
modernas, un prodigio de la planificación urbana propuesta para las clases
medias arruinadas por la guerra. Al igual que la mayor parte de las viviendas
públicas estadounidenses de posguerra, sus habitantes deseados eran desdichados
que valía la pena ayudar: blancos y, aunque mal pagos, insertos en el mercado
laboral. No funcionó. En pocos años el complejo se convirtió en un espacio
socialmente estigmatizado, ocupado por negros, por desdichados que no valía la
pena salvar. Desde entonces, el Pruitt-Igoe se estudia como paradigma de todo
aquello que en planificación urbana está fatalmente equivocado.
[...]
Los problemas habían aparecido desde el principio. Para
mantenerse en presupuesto se improvisaron toda clase de recortes arbitrarios;
el tamaño de los departamentos se redujo al máximo, haciendo que conceptos
lecorbusianos como “celdas” o “máquinas para la vida” dejaran de ser meras
metáforas; las cerraduras y bisagras de las puertas se estropearon antes de
usarse; los cristales se quebraron; un ascensor se averió el día de la
inauguración. No pasó mucho tiempo antes de que las cañerías se desbarataran,
los elevadores dejaran de funcionar, una tubería de gas explotara; se
acumulaban vidrios rotos, escombros, basura y alimañas viviendo en esa basura.
Las luces desaparecieron, los pasillos olían a orina, los grafitis sustituyeron
el color gris oficial de las paredes y en los estacionamientos se amontonaban
automóviles a medio desarmar. Hacia fines de la década de 1960 vivían en el
complejo unos 10.000 negros, de los cuales dos tercios eran menores de edad; la
mayoría de los adultos estaban desocupados y dependían de algún tipo de ayuda
estatal. En 1969 los residentes dejaron de pagar alquiler; en 1970 el 65% del
complejo estaba desierto. El ayuntamiento de la ciudad dejó de mantenerlo y
hacia 1972 sólo quedaba demolerlo. Eliminar el símbolo, y hacer de la
demolición misma otro símbolo.
La posmodernidad se ganó así su fecha de nacimiento y todos
corrieron a confeccionar su carta astral: 15 horas y 32 minutos del 15 de julio
de 1972. En los años sucesivos personas de diversos campos, azuzadas por [Charles]
Jencks, insistieron en que ese acto representaba el final simbólico de la
modernidad, el final de un paradigma de autoritarismo arquitectónico, de
construcción de máquinas para la vida [...]".
Marcelo
Pisarro: ¿Posmoderno yo?
Ñ Revista de Cultura. Clarin.com, 13/07/2012.
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