lunes, 2 de abril de 2012

Capitalismo en crisis



1.
Tras los ‘años dorados’, en el decenio de 1980 y los primeros años del de 1990, el mundo capitalista comenzó de nuevo a desmoronarse. No sólo se manifestó entonces una crisis económica y política, sino también una crisis moral y social, la crisis de las creencias y principios en los que se había basado la sociedad desde el siglo XVIII, una crisis de los principios racionalistas y humanistas que compartían el capitalismo y el comunismo.
Desde entonces vivimos en un mundo cualitativamente distinto en tres aspectos: a) no es eurocéntrico; b) es una única unidad operativa en la que las antiguas unidades económicas, nacionales, han quedado reducidas por la presencia de las transnacionales; c) se ha producido la desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, se ha producido la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, entre pasado y presente. Esto es sobre todo evidente en los países más desarrollados del capitalismo occidental, en los que han alcanzado una posición preponderante los valores de un individualismo asocial absoluto, tanto en la ideología oficial como privada.

2.
La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis.
Esta crisis no fue perceptible con claridad hasta la década de los ochenta. Hasta que una parte del mundo –la Unión Soviética y la Europa del ‘socialismo real’- se colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis, ni se admitió su existencia en las regiones desarrolladas no comunistas. ¿Cómo era posible que el mundo económico fuera menos estable, si los elementos estabilizadores de la economía eran ahora más fuertes que antes?
Las décadas de crisis que siguieron a 1973 no fueron una ‘Gran Depresión’, a la manera de la de 1930. La economía global no quebró. En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro. El comercio internacional de productos manufacturados, motor del crecimiento mundial, continuó e incluso se aceleró. A finales del siglo XX los países del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más ricos y productivos que a principios de los setenta.
Sin embargo, en la mayor parte del resto del mundo la situación era muy distinta: se produjo un importantísimo estancamiento. La mayor parte de la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó.
Por otra parte, la miseria y la pobreza hizo su aparición en los países ricos y desarrollados: la desigualdad creció inexorablemente en los países de las economías desorrolladas. Aumentaron los extremos de pobreza y riqueza, al igual que aumentó la distancia entre países ricos y países pobres.
Paralelamente, el modelo socialdemócrata entra en crisis en el momento en que el paro se hace estructural y se dispara el déficit público.

Vicent Yu

3.
La revolución cultural de fines del siglo XX debe entenderse como el triunfo del individuo sobre la sociedad o, mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social.
El viejo vocabulario moral de derechos y deberes, obligaciones mutuas, pecado y virtud, sacrificio, conciencia, recompensas y sanciones, ya no podía traducirse al nuevo lenguaje de la gratificación deseada. Al no ser aceptadas estas prácticas e instituciones como parte del modo de ordenación social que unía a los individuos con otros y garantizaba la cooperación y la reproducción de la sociedad, la mayor parte de su capacidad de estructuración de la vida social humana se desvaneció, y quedaron reducidos a simples expresiones de las preferencias individuales, y a la exigencia de que la ley reconociese la supremacía de estas preferencias. La incertidumbre y la imprevisibilidad se hicieron presentes.
Este individualismo encontró su plasmación ideológica en una serie de teorías, del liberalismo económico extremo al ‘posmodernismo’ y similares, que se esforzaban por dejar de lado los problemas de juicio y de valores o, mejor dicho, por reducirlos al denominador común de la libertad ilimitada del individuo.

4.
El siglo finalizó con un desorden global de naturaleza poco clara y sin ningún mecanismo para poner fin al desorden o mantenerlo controlado.
La razón de esta impotencia no reside sólo en la profundidad de la crisis mundial y en su complejidad, sino también en el aparente fracaso de todos los programas, nuevos o viejos, para manejar o mejorar los asuntos de la especie humana:
a) Derrumbamiento de la URSS y fracaso del comunismo soviético, esto es, del intento de basar la economía entera en la propiedad estatal de todos los medios de producción, con una planificación centralizada que lo abarcaba todo y sin recurrir en absoluto a los mecanismos del mercado o de los precios.
b) Quiebra de la utopía ultraliberal, basada en una econocmía que asignaba totalmente los recursos a través de un mercado sin restricciones en una situación de competencia ilimitada. En realidad nunca había existido una economía de laissez-faire total. El intento de M. Thatcher acabó en un rotundo fracaso.
c) Crisis de los modelos y políticas mixtos o intermedios, como la socialdemocracia, que combinaban pragmáticamente lo público y lo privado, el mercado y la planificación, el Estado y la empresa. La fuerza de estos programas se debía más a su éxito práctico que a su coherencia intelectual. Sus problemas los causó el debilitamiento de este éxito práctico: desempleo, inflación... 

Ina Fassbender
5.
Los dos problemas centrales y a largo plazo decisivos que marcan este final de milenio son de tipo demográfico y ecológico. La distribución social y no el crecimiento es lo que dominará las políticas del nuevo milenio. Para detener la inminente crisis ecológica es imprescindible que el mercado no se ocupe de asignar los recursos o, al menos, que se limiten tajantemente las asignaciones del mercado. De una manera u otra, el destino de la humanidad en el nuevo milenio dependerá de la restauración de las autoridades públicas.

  E. Hobsbawm: Historia del Siglo XX, 1995, passim.

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