miércoles, 7 de septiembre de 2011

El fracaso de la escuela


Ese era el título de una colección de artículos, ensayos y alguna conferencia, publicados a finales de los sesenta, en los que su autor, John Holt, describía los motivos del fracaso de la escuela tradicional como espacio pedagógico y proponía algunas de las bases en las que podría fundarse una educación para el futuro.
Según Holt, el auténtico aprendizaje, un aprendizaje permanente y útil, sólo puede surgir de la experiencia, intereses y preocupaciones del que aprende. Lo que necesitan y reclaman los jóvenes de su educación es una mayor comprensión del mundo que les rodea, un mayor desarrollo de su personalidad y la posibilidad de encontrar un trabajo. Una auténtica educación será aquella que cumpla con estos requerimientos.

Paul Renner
El fracaso de la escuela se publica en España en 1977, coincidiendo con la puesta en marcha de los movimientos de renovación pedagógica (MRPs), que alentarán el cambio en el sistema educativo español y marcarán buena parte de las reformas educativas en los ochenta. Basta citar el título de algunos de sus capítulos para entender la aceptación que tuvo el libro (editado por Alianza y hoy, curiosamente, descatalogado): las escuelas son lugares nefastos para los niños, los profesores hablan demasiado, la tiranía de los exámenes, cómo hacer que los niños odien la lectura, las chapucerías de la educación…
Treinta años después, me temo que la escuela no ha conseguido ser ese espacio pedagógico que proponía Holt (quien, por cierto, se convirtió en uno de los ideólogos del movimiento de la Escuela en casa), entre otros motivos porque la sociedad le exige a la escuela un compromiso con la educación de los niños y de los jóvenes que la propia sociedad no está dispuesta a asumir.
Pero no puedo aceptar esa imagen sombría y desesperanzada de la estación fantasma que con riguroso realismo describe Beck. Quiero decir que hay que rebelarse contra esa especie de fatum inexorable: la escuela puede y debe ser otra cosa. Así que habrá que cambiarla, ¿no?

[Remitido por Teresa, a propósito de Estación fantasma, remitido por Claudio]

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